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HABITANTES DEL FIN DEL MUNDO

Canal Beagel, Tierra del Fuego

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Tierra del fuego

En el extremo austral de América del Sur, por allá por 1560, Magallanes vio las fogatas de la gente selk’nam, de los haush, los akeweqae y los yámana.  Según dicen, Magallanes bautizó el archipiélago en honor a las llamas de aquella gente que pronto empezaría a extinguirse: “Tierra del fuego”.

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“Las costas occidentales de la Tierra del fuego se desgranan en numerosas islas, entre las cuales culebrean canales misteriosos que va a perderse allá en el fin del mundo...”

“Hasta hace pocos años, solo se aventuraban por esas regiones audaces nutrieros y cazadores de lobos...”

Francisco Coloane.  Cabo de Hornos

Desde la llegada de Magallanes los visitantes no pararon de arribar y, mientras más llegaban, la vida de los habitantes del archipiélago fue cambiando: unos moría, gente y animales eran asesinados; otros, los navegantes y exploradores, iban convirtiéndose en leyenda.

Llegaron los mineros, los estancieros, los ganaderos con sus ovejas, llegaron los cazadores de lobos y de indígenas.

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Pieles de lobo marino de uno o dos pelos, grasa de los lobos y de elefantes marinos viajaron en los barcos británicos, estadounidenses y  franceses rumbo a china y Europa.

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Allá abajo, en el sur del Sur, donde todo parece suspendido sobre unas aguas aparentemente apacibles, hay cavernas ocultas, "loberías", donde la vida ruge.

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La parición estaba en su apogeo. Algunos lobos en el duro trance se ponían de costado y de sus entrañas, abiertas y sanguinolentas, salían unos turbios animalitos, moviéndose como gruesos y enormes gusanos con rudimentos de aletas. Otras emitían intermitentes raros quejidos, casi humanos, en los últimos dolores del alumbramiento. En su estibamiento, a veces se aplastaban unas con otras y, madres al fin, en su desesperación, se daban empujones y mordiscos para salvar a sus tiernos hijuelos de ser aplastados... 

Quejidos de tonos bajos, sordos. Choques de masa blandas. Desplegar de aletas, resoplidos. Chasquidos pegajosos de entrañas en recogimiento. Algo siniestro y vital, como deben ser las conjunciones en las entrañas macerantes de la naturaleza.

¡Si aquello no era una lobería, era una isla en el trance doloroso!... ¡Una isla pariendo! 

Francisco Coloane.  Cabo de Hornos.

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“...es inútil que se esconda la vida en lo más profundo de sus entrañas: allá se mete el hombre con sus instintos para arrancarla...”

 

“Con los mazos mortíferos en alto, fueron brincando por sobre los cuerpos que daban a luz y descargando garrotazos certeros sobre las cabecitas de los recién nacidos. Los tiernos lobeznos no lanzaban un grito, caían inertes, entregando la vida que solo poseyeron un instante...”

Francisco Coloane.  Cabo de Hornos.

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Los "loberos" mataban a golpes a los pequeños lobeznos apenas iban naciendo, era esa la piel más fina, la más codiciada.

Se extraía la piel y se salaba. La grasa que se alojaba debajo. era llevada a las calderas, así se obtenía aceite para insumo industrial. 


La piel de los cachorros era utilizada en peletería y marroquinería, y la de los adultos en la talabartería.

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Los lobos marinos, además de elefantes marinos, focas, pingüinos y otras especies, fueron intensamente “explotados” entre finales del siglo XVII y XIX asediados por barcos y cazadores hasta aproximadamente 1946, cuando Argentina y Chile empezaron a formalizar la regulación y control.

A nivel internacional existen acuerdos como la Convención sobre la Conservación de las Especies Migratorias de Animales Silvestres, conocida como Convención de Bonn o CMS (siglas en inglés) o la Comisión Permanente del Pacífico Sur (CPPS) desde donde se ha impulsado el Plan de Acción para la Conservación de los Mamíferos Marinos del Pacífico Sudeste, aprobado en 1991. Entre sus objetivos primordiales está la conservación de las especies, subespecies, razas y poblaciones de mamíferos marinos y de sus hábitat.

 

Aunque existe veda extractiva en Argentina y Chile, cada tanto se autorizan capturas para quitar al lobo marino del camino de las actividades industriales de pesca y acuicultura.

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De los antiguos habitantes de la Tierra del fuego que un día atisbara Magallanes, aún sobreviven especies de animales de tierra, aire y agua.

Los humanos que estaban allí entonces, fueron todos exterminados.

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