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  • Foto del escritorEl pez que camina

EARIKI SHIPIBO – YO SOY SHIPIBO

Medicina de la gente del bosque



En el oriente peruano, en la selva que se levanta en torno al río Ucayali, todo tiene su dueño. Espíritus tutelares de este mundo que habita el pueblo shipibo y de los mundos por debajo y por encima de él, son dueños de los enormes árboles, de las fieras, del agua que corre y de las lagunas.


En estas tierras quien se prepara con mucho esfuerzo llega a conocer la manera correcta de atrapar un venado: le pide permiso a su dueño espiritual y con una flecha envenenada antes, o con un fusil luego, consigue llevar el animal para alimentar a los que esperan en casa. Aquellas niñas que al nacer reciben en sus ojos el jugo exprimido de las hojas del piripiri conseguirán ser las grandes diseñadoras y artesanas de su pueblo, dibujarán líneas como laberintos semejantes a los trazos en el aquella planta. Quienes aprenden a conocer las plantas, quienes oyen su voz y escuchan su canto en los sueños, se hacen médicos, Onayas; shamanes les llaman equivocadamente los blancos que vienen desde muy lejos a buscar su ayuda para tener una experiencia espiritual, unas visiones producto de la toma de una bebida psicotrópica hecha con la liana ayahuasca y otras plantas que, aseguran médicos y pacientes, los curarán de sus males alojados más allá o más acá del cuerpo.


Tras cuatro días de cocción de la liana ayahuasca y la chukruna, la bebida está lista

El médico envasa la bebida de ayahuasca para ser utilizada en rituales de sanación

Dicen que unos treinta años atrás aún quedaban entre el pueblo shipibo algunos Meraya, hombres que tras un estudio muy riguroso y sacrificado con las plantas maestras conseguían conectarse permanentemente con los seres que habitan los diferentes espacios del universo del bosque: el agua (jene), la tierra(mai), el aire (niwe), el cielo (nai).

Según cuentan, los meraya curaban sin ayahuasca, solo con su voz y con la comunicación que sostenían con aquellos seres. Veían al enfermo y se retiraban, decían que irían a hablar con sus “genios”, se metían bajo el mosquitero y ¡puf! desaparecían. Aspiraban el polvo del tabaco y conseguían elevarse y volar por encima de las copas de los árboles.

De aquellos sabios del pueblo shipibo al parecer ya no quedan más, pero otros estudian las plantas y consiguen ser sabios en su uso. Hay Yoba, o brujos que usan las plantas del bosque para hacer daño, y también hay Onaya, médicos que tras un largo proceso consiguen usar las plantas para curar.


Luis Márquez en su maloca

– Yo he nacido bajo un plátano, ahí mi mamá me dio a luz sin partera, mi mamá era todo. A mí nunca me han puesto un pañal blanquito con su gorrito ¡qué bonito¡, no, nunca. A mí me han envuelto en la hoja de plátano. Por eso yo estaba aprendiendo desde que nací, en una conexión muy fuerte con la naturaleza. Es una universidad de la vida, digo yo, una universidad empírica. Te estás formando cada día. Pero como mucho mejor aprendes, es cuando empiezas a “dietar”.

Vestido con su kushma, la manta tradicional de los hombres shipibo, Luis Márquez recuerda sus años de formación. Está en su maloca, donde hace ceremonias de toma de ayahuasca para los que llama “pasajeros”, esos visitantes de distintas lenguas y acentos que vienen diciendo aquello de shamán y del viaje espiritual. Mientras habla, el humo espeso del tabaco sale de su boca y su nariz. Dietar, dice, es el proceso por el cual se forma un onaya.


Con la guianza de un mayor, su madre en el caso de Luis, los aprendices y aun los expertos, durante tiempos prolongados consumen una o varias “plantas maestras”, plantas que enseñan, y durante este tiempo hacen sacrificios para que el conocimiento fluya. Algunos se internan solos en el monte durante meses o años, abandonan el sexo y el consumo de alcohol, el aceite, el azúcar y la sal. Se dieta primero una planta, luego otras tantas, cada una, en la vigilia y el sueño, va enseñando al médico sus secretos y los “icaros”, los cantos que deberán emitir para curar junto con el poder de las plantas.


–Cada vez que dietas vas abriendo mucho mejor tu visión a través de la ayahuasca, entonces te vas dando cuenta que te estas preparando. Mientras que tu cuerpo no está compenetrado definitivamente con la medicina, a veces no te salen las visiones, eso significa que falta, entonces tú vas dietando, dietando, dietando y te das cuenta de que algún momento la misma medicina (la ayahuasca) te dice: ahora sí. Eso significa que te estas graduando en la universidad empírica. A veces en la visión (con la ayahuasca) te ponen la primera coronita, eso es graduación espiritual. Te van poniendo una medalla y pulseras, hasta que llegas a tener kushma espiritual. Cuando te ponen todo eso, eres un maestro de la medicina… pero hay que dietar pensando bien, positivo, para dar vida. La medicina es tener una vida que sane a otra vida.

Segundo Rengifo (Hanen Sheka), otro médico que camina entre el bosque murmurando el nombre de cada árbol, arbusto y liana, además de su utilidad en la curación de los males físicos y espirituales, recuerda que después de mucho dietar él no recibió medallas ni coronas, pero en las visiones estuvo en una cocha enorme, un lago extenso y profundo habitado por una fiera aterradora que esperaba por él. Segundo debía nadar y nadar a gran velocidad, tomar una bocanada y moverse debajo de la fiera hasta salir al otro lado, a la superficie. Cuando consiguió la proeza lo supo, ya era un onaya.


–Nadie te enseña, son las plantas… pero tú tienes que tener maestro para ayudarte a dietar. Mi maestro era mi abuelo mismo. Mi abuelo me ha hecho tomar las plantas para que sea cazador y para que sea médico, también para que sea trabajador en chacra. Me ha hecho dietar 2 meses teniendo 9 años, no tomaba dulce, no comía aceite, no comía sal. Entonces cuando yo completé la dieta, yo cazo con la flecha, con anzuelo, con arpón. Yo cazaba sachavaca, venado, añujes, de todo animal, paujil, mono, paiches, de todos esos. Igual es la medicina.

Segundo Rengifo en el bosque

Además de los onayas, hay otros shipibos que conocen bien las plantas y los animales. Aunque no cantan los ícaros, no dan de beber la ayahuasca, no saben cómo provocar las visiones ni cómo detenerlas, saben curar con los secretos del bosque. Cuando Nemesio Rengifo, treinta años atrás, vio a su mamá tan enferma, decidió utilizar lo que los abuelos con insistencia el habían enseñado. Recolectó las cortezas indicadas, la grasa de algún animal, mezcló, maceró, cocinó. Su mamá mejoró, y tras ella vinieron otros con reumatismo, con asma, con cáncer, con llagas, con diabetes, con picaduras de víbora, con dolor aquí y allá.

–La medicina natural nos mantiene, no es como lo que preparan de la farmacia, de los químicos, eso le mata. Todo esto bueno, este medicina natural no nos mata, sino nos rejuvenece.

Nemesio Rengifo en el bosque

Grasa de boa negra

Entre botellas de contenidos vidriosos producto de la resina de un árbol, de hojas cocidas o conservadas en alcohol y de la grasa bajo la piel de una boa negra, Nemesio camina con las pequeñas herramientas que usa para sacar de un trozo de árbol la figura de una mujer shibipa desnuda que está sostenida por otras dos, tiene las piernas abiertas, y la que está al frente sostiene una pequeña cuchilla hecha con una caña brava afilada.


–Es la capada de las mujeres que hacía la gente de antes. ¡uy qué pena! Usaban plantas también, aceites, resina y tierras para curar y reemplazar eso que les quitaban. Las de ahora ya están modernizadas, pero antes, a nuestras mamás, nuestras abuelas sí les hicieron eso.

Nemesio talla la escena de la práctica de la ablación en el antiguo pueblo shipibo

Nemecio además de hacer jarabes con los árboles, también los talla. Rompe y corta hasta que se hace visible la escena de la antigua costumbre de la ablación, talla en las pipas para el tabaco de los médicos cabezas de indios míticos y jaguares y, en la aleta de un cedro anciano que trajo el río sabe que está escondida una sirena que con tiempo y trabajo él sacara quitándole tajos a la madera.


Nemecio y su "aleta" de cedro

Por las calles de Pucallpa, por Iquitos y Tarapoto y en otras ciudades más lejanas del bosque, caminan ciudadanos de diferentes lugares del mundo buscando “shamanes” para tomar ayahuasca, para oír los ícaros, e incluso para dietar y hacerse ellos mismos sabios de las plantas. Según dicen, la gente de antes, los onaya de otro tiempo que estaban solo selva adentro, no daban de beber la ayahuasca a los pacientes, solo ellos tomaban la liana y con las visiones conseguían diagnosticar y sanar a quien lo necesitaba, pero ahora los visitantes quieren tomar la bebida y experimentar las visiones antes solo reservadas para onayas e iniciados.


–Todo esto era un conocimiento propio del pueblo, muy vital para la cultura pero en estos últimos años, por la economía, nos ha tocado pensar mucho cómo sobrevivir en este mundo, y así llegamos al nivel del comercio. Todos lo comercializamos, pero también debemos saber comercializar, no es dar todo los conocimientos, sino solo dar la sanidad. Hay muchos que tratan de dietar, dietan y se van a su país y hacen su negocio, y no es que uno mezquine, es que es una sabiduría propia de las culturas, y no podemos arriesgar de dar todos los conocimientos; damos la sanidad, pero también hay que cuidar nuestra reserva ancestral. Hay muchos conocimientos que no están saliendo todavía, están saliendo las dietas, pero hay mucho, mucho más…

Lo dice Luis que durante sus años escolares aprendió con maltrato y rechazo a sentir vergüenza de su pueblo, luego se hizo profesor y desde hace 10 años cultiva un sueño enorme: tener un centro de “rehabilitación cultural”, como él lo llama, una escuela para curarse mentalmente, ideológicamente, para que nadie más del pueblo shipibo enferme culturalmente como le pasó a él en su juventud.



–Yo recién estoy 13 años en la medicina, y me metí de lleno. Mi objetivo era aceptar la planta medicinal, ser maestro de la medicina, pero plantear a la gente que viene a querer sanarse una nueva reforma educativa de mi pueblo. Empecé a hacer la campaña para buscar el dinero en Europa, en todas las presentaciones de la planta medicinal, en las ceremonias de la ayahuasca empecé a plantear cuáles son los objetivos que queremos. Muchos dijeron que es un sueño impresionante.

Se trata de una universidad autónoma indígena donde se formen parteras, parteros y médicos; un hospital de medicina tradicional indígena donde haya ancianas que estén cuidando a las madres embarazadas, protegiéndolas y acompañándolas. Habrá también psicólogos empíricos y, las enfermedades corporales y las espirituales se tratarán con la sabiduría del bosque y de los antiguos.


–Entonces mi sueño es muy grande, es potenciar las dos: una clínica indígena espiritual y una universidad que investigue las plantas, además de trabajar la revitalización de la cultura shipibo, de la lengua.


Según cuentan los relatos de los antiguos, los shipibos fueron inicialmente hombres animales, tigres y pájaros que lentamente se hicieron humanos. De aquellos animales originales vino la sabiduría del pueblo. Algunos animales como el añuje, trajeron la yuca y les enseñaron a los shipibos a preparar el masato. Otros les mostraron el gigante árbol de la lupuna, la ayahuasca y la chacruna, les indicaron cómo usarlas para que las plantas y sus dueños les mostraran sus misterios, de allí vino la medicina. Aquellos relatos suelen terminar en conflictos y rupturas, las aves se alejaron de los hombres, el tigre se fue monte adentro, los animales originarios se fueron lejos de los humanos pero, sus conocimientos aún rondan entre los hombres y las mujeres del pueblo shipibo que, aunque parezca que lo han revelan todo al compartir la medicina, todavía custodian los secretos que antes solo conocían los animales y los arboles del bosque.


Pucallpa, Perú

Agosto, 2018


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