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  • Foto del escritorEl pez que camina

PA’ ATRÁS, NI PA’ COGER IMPULSO

Actualizado: 28 jun 2018

Historias escuchadas en la última conferencia de las FARC-EP como grupo alzado en armas.


Un toro endemoniadamente fuerte era contenido entre más de 15 guerrilleros que lo halaban con fuerza para conducirlo al lugar de su sacrificio. El toro saltaba, lanzaba coces y embestía contra los hombres. Entre ese barullo, si cualquiera llegaba a cruzarse a El Pollo, a lo mejor no notarían que él estaba ahí. Ni siquiera cuando tenía las manos ensangrentadas, metidas entre las costillas del toro parecía ser demasiado vistoso. El Pollo, hombre silencioso y taciturno, halaba aquí y cortaba allá mientras el animal se iba convirtiendo en jirones de carne para alimentar a guerrilleros y visitantes que se reunieron en las sabanas del Yarí, unos para presidir y otros para ser testigos de la ultima gran reunión de las FARC antes de abandonar las armas.


Aún con el olor del animal pegado en el uniforme, El Pollo afilaba un trozo de madera sacándole grandes tajos con una navaja, verificaba concienzudamente el filo de la punta en su dedo, y continuaba desprendiendo delicados bocados. Sin despegar los ojos de su herramienta recordaba los años de antes, tan lejanos de su vida de guerrillero, tan lejanos de la manigua y el barro con el que despierta en la mañana y con el que suele tenderse en su cambuche al final del día.


– A mí no me gustaba mucho eso de estudiar. Quería jugar con mis amigos, quería caminar y caminar para conocer Neiva, para conocerlo todo.


Ese era El Pollo, un niño largo y jorobado que erraba por las calles de su ciudad a orillas del Río Magdalena mientras los otros iban a cada una de las clases del colegio. A veces también él iba al colegio, pero muchas de esas veces terminaba rodando por el piso enlazado en golpes con cualquier otro, por eso lo llevaron con la psicóloga una vez.


–Bonita era esa muchacha, yo me recuerdo muy bien. Ella me comenzó a dar charla y charla. Ella quería saber qué es lo que me pasaba a mí. Me hablaba por un lado, me hablaba por el otro, y yo nada, yo no más la miraba, hasta que a los días ella seguro comprendió que tenía era que llevarme a la casa donde yo vivía y sí, me llevó a donde mi mamá y comprendió que yo venia era de un barrio donde no vive sino la mala sociedad. Eso fue lo que le hizo comprender a los maestros de que yo era así y que ellos tenían que comprenderlo a uno, y valorar que nos mandaban a educarnos, y si no, nunca habríamos ido a estudiar


Eso fue antes de que El Pollo empezara su peregrinar por el extenso sur de Colombia cargando un fusil y algunas minas en su morral de dotación.




María, una mujer menuda de unos cincuenta años, también deambula; ella desde el 2004 lo hace por las calles de San Vicente del Caguán, uno de los accesos a las sabanas del Yarí en medio de la selva amazónica.


– Allá tiene mucha tierra buena, tiene mucho pescado; allá trabajábamos con nuestra fuerza sembrando la yuca, el plátano; pescábamos y comíamos carnita de monte. ¡Bien bonito es por allá!


María dice que su territorio queda allí, junto al lugar donde las manos guerrilleras, de repente, levantaron un poblado en medio de la llanura aparentemente deshabitada para hacer su última gran reunión. Ella dice ser una yaguara, habitante del Yaguará II; así suena venido de su voz, con cambio de acento dependiendo de si habla del lugar o del gentilicio.

(Yaguará II es un resguardo indígena multiétnico que congrega a los Pijao, Piratapuyo y Tucano (originarios del Vaupés) y campesinos provenientes principalmente de La Macarena, Arauca, y Tolima.)


La estirpe de María es una con tesón de aventureros. Por allá por los sesenta del siglo pasado, los indígenas pijao del Tolima recibieron una propuesta seductora: frente al despojo que los hacendados estaban haciendo de su tierra, esa que la corona española se dignó a cederles, y en el fragor aún encendido de las guerras bipartidistas; el gobierno militar les dijo que allá abajo había una llanura como la que conocían, igualita a la suya en el Tolima, que solo tenían que ir y quitarle la selva que le mal crecía encima; sembrar y fundar un pueblo. Les dijeron que todo sería de ellos, solo tenían que subirse a un pequeño avión que los iría dejando a cuenta gotas en medio de la selva para ir “civilizándola”. Era un plan para hacer útil los baldíos de la nación, eso, y a lo mejor también una necesidad imperante de sofocar el levantamiento indígena que venía caldeándose desde los tiempos de Quintín Lameque * ese indígena hijo de papá nasa * y mamá misak *que terminó unido al movimiento Pijao que consiguió que se escrituran sus tierras en el Tolima.




Los pijao * que fueron llegando a las Llanuras del Yarí se encontraron con un mundo nuevo y aterrador: la selva impenetrable, las nubes de bichos que parecían nadar en la humedad del aire, tigres y serpientes de colores, ríos que ellos no sabían navegar, peces infinitos que no conocían. Con el tiempo el pueblo pijao fue haciéndose un hogar. Tumbaron y quemaron monte, abrieron caminos, y aprendieron a cazar y pescar los animales que poblaban esas tierras tan distintas a las que dejaron en Tolima. Luego, por el río fueron llegando otros que ya no eran pijaos, eran indios de otras etnias que venían huyendo de su destino de esclavos sangradores de caucho; escapaban y emprendían un viaje épico remontando ríos y cruzando la selva desde el Vaupés para llegar a Yaguará II tras seguir el rumor sobre un hogar que venían divulgando los comerciantes de pieles y los viajeros. Después, las noticias de la bonanza marimbera y de la coca hicieron llegar campesinos buscadores de futuro y, el resguardo fue armándose con aventureros y fugitivos de distintas culturas.


También El Pollo llegó desde de Los Andes. Mientras estaba arrodillado frente a su chaleco táctico con un fusil, una pistola, proveedores, un par de granadas, una cuchara y algunas pequeñas fotos de gente que ya no vive enmarcadas en un llavero de plástico, El Pollo recordaba su pequeña ciudad enclavada entre dos de las tres cordilleras en que se dividen Los Andes al entrar a Colombia. Pensaba en las calles, en la escuela. Pensaba en su barrio, pensaba en iglesias, en el río, edificios y callejuelas. El Pollo pensaba en Neiva.


-Uno no tiene un destino definido, el destino lo hace a uno, eso es lo que yo he comprendido en la vida, que uno nace para hacer algo y pase lo que pase, eso va a ser. Yo me pregunto cómo me fueron a salir a mí conexiones para conocer las FARC en una ciudad como Neiva. Todo se relacionó, todo se encaminó para que yo llegara hasta acá. Mi sueño era ser un psicólogo, pero no se pudo. Cuando cumplí los 13 años me vine pa’l monte. Aquí no me querían recibir por ser chiquito, pero a lo último determinaron de que sí, que me quedaba. Con el tiempo me volví más grande, fui cogiendo cuerpo de hombre, y nunca más volví a ir por mi casa. Mi destino era ser guerrillero y es lo que soy. Guerrillero de la Primer Compañía Sonia la Pilosa, de la Columna Móvil Teófilo Forero*. [ SIC]


El Pollo ha disparado su arma incontables veces, ha visto a sus amigos morir en fuego cruzado, ha cuidado “retenidos” que le han prometido dinero, cédula y una nueva vida en el extranjero; el Pollo ha minado campos y ha caminado entre el monte con la cara clavada en el suelo mientras una lluvia de fuego caía desde el aire. El Pollo era solo un niño, un niño rebelde y problemático cuando llegó aquí, de eso hace ya 13 años.



Con los 90’s, a los Llanos del Yarí, llegó la bonanza de la madera que trajo nuevos aventureros. También fueron llegando los otros, “los del monte”, como todavía llaman María y los suyos a los guerrilleros. Las FARC llegó haciendo nuevos caminos y participando en la vida cotidiana de los yaguaras: tenían parte en los conflictos de la comunidad por el uso de los recursos, en las prohibiciones, en las sanciones y el orden social. Con la llegada de las FARC arribó también el ejército, el fuego cruzado, los bombardeos, las reglas y las intrigas que obligan a los sin armas a tambalearse de un costado al otro acercándose y alejándose de los armados que los invitan o los acusan.


En 1997 se estableció la famosa Zona de Distención*, escenario de las conversaciones entre el Gobierno colombiano del presidente Pastrana y las FARC de entonces. Sin ninguna consulta a sus pobladores, Yaguará II se incluyó dentro de los territorios que se despejaron de presencia del ejército; entonces volvió la calma a cargo de la guerrilla, pero al terminarse abruptamente el proceso de diálogo en el 2002 vino la campaña militar de retoma y una nueva etapa de mayor tensión para los pobladores; los controles aumentaron y las sospechas provenientes del lado de la guerrilla y el ejército recayeron sobre los yaguaras. En el 2004 sin mayor explicación, sucedió el destierro por acción de guerrilleros de las FARC y la gente huyó en desbandada.



–Hasta ahora “los del monte” no nos han dicho por qué de un momento a otro nos hicieron salir de allá. A nosotros nos reunieron, nos dijeron: vea compañeros, si ustedes no quieren trabajar con nosotros, si no están de acuerdo con nosotros, háganle de aquí pa’ allá. Nos señalaban el horizonte, allá lejos, nos dijeron que nos fuéramos. Nos desterraron, y a nuestro gobernador nos lo quitaron y hasta ahora no se sabe dónde está. También perdimos gente joven de la comunidad que se fue con ellos. Los llevaron engañados, por eso a los del resguardo nos cogieron como rabia porque no queríamos que ninguno de la familia de nosotros se fuera. Ellos decían: nosotros vamos a entrenarlos para que los cuiden a ustedes y al resguardo, no nos los vamos a llevar; pero se los fueron llevando y al fin no se sabe dónde están … se fue Ricardo, Alberto, Mariluz, se fue Hilda, se fue Janet, y otro poco se fueron, pero hubieron unos que se regresaron como pudieron…


María parecía hacer una lista mental de los suyos que viven en San Vicente del Caguán, de los que tras la odisea de “civilizar la selva” regresaron al Tolima, los que están en Villavicencio, los que como su hija después del desplazamiento se fueron a buscar suerte a Bogotá. Pensaba en los muy jóvenes que a lo mejor hoy visten las insignias de las FARC. Preguntaba si volverán a la comunidad después de entregar las armas, preguntaba sin obtener respuesta si acaso esos niños, que lo único que hacían era sembrar yuca, habrían sabido qué hacer durante la guerra. Por su parte, El Pollo también recordaba a varios niños, a él mismo aprendiendo lo que debía hacer cuando en el monte la tormenta era de balas.



–Hubo un tiempo, cuando yo era niño, en que los mismos soldados se preguntaban por qué nosotros siendo tan jóvenes le combatíamos a ellos que llevaban cualquier 20, 25 años de ser soldados. Para eso se requiere disciplina militar, es lo que nosotros estudiamos y aplicamos en la guerra de guerrillas. Y en eso yo me fui creciendo, me volví un hombre en ese asunto militar. En la época de la guerra dura, a la Teófilo nos metían 10.000 hombres a seguirnos y nosotros nos dispersábamos y le hacíamos frente; y tanto le hacíamos frente, que por eso nunca nos acabaron, por eso, y por las minas que poníamos.


Eso decía El Pollo cuando pensaba en su infancia después de Neiva, recordaba esos días que otros solo conocieron reseñados en los titulares de periódicos y noticieros; los días de “la guerra dura” como les llama él a los años de los golpes más espectaculares de la Teófilo y del inicio de la implementación del plan de guerra Espada de Honor, que implicaba una labor de reingeniería de la estrategia militar para eliminar las tropas y frentes de las FARC y atacar con rudeza la Teófilo hasta hacerla replegarse hacia el Putumayo, Meta y Guaviare.


–Usted se movía alumbrando: el avión lo ubicaba. Usted se movía con la cara hacia arriba: el avión lo ubicaba. Prendía un radio y ahí le salía la señal. Usted prendía candela de noche, y lo ubicaban. De día en la guerra no podíamos tener ropa así afuera, porque ubicaban hasta una gorra militar. El humo de día lo descubrían, la ropa de color, todo lo ubicaban, lo ubicaban y le daban.


Así lo recordaba El Pollo mientras sostenía una mina*, un pequeño artefacto que se veía casi como un juguete en medio de sus otras armas de fabricación industrial, varias de ellas con las siglas que las identificaban como pertenecientes al ejército colombiano.


Lo más importante siempre es la pila de batería, si se deja bien tapada dura tres años sin volverse a descargar, ella queda ahí para siempre. No duerme, no come, no pierde la guardia. La mina sembrada está siempre despierta, mientras uno de ser humano sí necesita descansar. El que la hizo fue una cabeza muy importante, no sé el nombre pero sé que él la hizo y le enseñó al resto de la guerrillerada en todo el país.


El Pollo, seguía sosteniendo la mina en la palma de su mano, la miraba con atención y con cuidado iba enrollando los dos cables de un metro que colgaban del artefacto.



Todos los que tenemos minas yo creo que nos toca ir a mostrar a donde están pa’ sacarlas, y si llega la ronda por acá y me toca ir, pues voy a donde las tengo para ir a quitarlas. Todavía no se me ha perdido ni una de las 80 minas, no son más y las tengo todas en la cabeza. Las mías son pocas pa’ algunos que tienen 400, 500, 600, otros que tienen veredas completas llenas de minas. Yo también aprendí a hacerlas, nosotros hacíamos 1000, 2000 minas y las entregábamos; al otro día tocaba volver a hacer otros tantas. En la guerra se hacían muchas minas y más en el área de nosotros, como éramos tan perseguidos metíamos muchas minas pa’ que esos manes tampoco subieran tanto. También hay algunas bombas enterradas, explosivos enterrados, toneladas de explosivos… y todo eso ¿pa’ qué?… pa’ la guerra.


Durante 13 años, la mitad de su vida, El Pollo ha habitado la selva, el cambuche*, los compañeros, sus pertrechos, el combate, la misión, la huida. El Pollo ha ido andando las trochas y por el camino ha dejado fragmentos suyos, muertos propios y ajenos, ha dejado campos sembrado con sus artefactos en permanente vigilia, a la espera.


-Nosotros no somos sanguinarios, como dicen. Nosotros queremos lo que quieren los demás, queremos vivir. Si las mamás y los familiares de los otros sufren, las de nosotros también, por eso no queremos más guerra, que no haiga más sangre, esa decisión está tomada y se respeta. A ratos, uno combate con un soldado y él se muere o uno se muere, y eso es por cuestión de balas que vienen de acá y allá, ellos lo matan a uno y uno a ellos, pero no es porque uno quiera, es porque toca. No son ganas de ir a matar, no, no es así. Yo no soy así, nosotros no somos así.


También María y los suyos han andado largos caminos desde que dejaron Yaguará II, sus casas de chonta y bahareque que aún quedaban en pie tiempo después de su partida fueron habitadas por una nueva ola de gente, llegaron otros indígenas*, esta vez eran familias Nasa proveniente del Cauca que se hicieron del territorio en ausencia de sus anteriores pobladores.




En el año 2009 el resguardo Yaguará II recibió población indígena nasa procedente del Cauca.


–A nosotros nos dieron unas casitas hace años aquí en el pueblo, pero eso no es lo mismo. Dicen que nos quieren dar otra tierra pero nosotros no queremos, porque otra tierra igual a esa no vamos a conseguir. Ahorita estamos muy contentos por lo de los diálogos que dicen que hicieron, dicen que ahora va a haber paz. Yo no entiendo mucho nada de eso, miro noticias, miro mucho y escucho la radio todos los días, pero no entiendo. Es que yo no tengo estudio y dicen tantas cosas… Pero nosotros estamos muy contentos por ver si podemos volver a nuestra tierra, estamos muy contentos todos, todos tenemos ganas de volver.


Volver, eso dice María y cuando lo dice parece ver una tierra donde los suyos, una vez más, son un pueblo de selva y sabana. Cuando El Pollo usa la palabra volver, habla de la casa de su mamá y sus hermanas, de las calles de Neiva por las que erró largos días. María anhela retornar con los suyos al territorio donde ya otros se han asentado. La casa de la mamá de El Pollo a lo mejor ya no está donde él la dejó hace años. A pesar de que está agradecida, María no quiere ver a sus nietos correr en un parque de ladrillo, lejos del campo. El Pollo no vio cuánto cambió el río cuando construyeron el malecón por donde la gente se pasea, no vio levantarse edificios, ni camino en hileras tristes tras el féretro de algún tío o amigo de la infancia. María no quiere la casita de ladrillo y cemento que le entregó el Estado. El Pollo lo sabe, lo intuye, está por quedarse sin lugar.


Volver ¿volver a dónde? A la tierra que ya no le pertenece, a la gente que ya no está. No hay a dónde retornar, no hay camino de regreso, no hay posibilidad de desandar los pasos. El único camino se dirige hacia el frente. Al frente se ubica un hogar para ella y sus nietos, al frente está la hija que un día tendrá El Pollo; al frente cazar y pescar, aun cuando sean otras tierras, otros ríos; al frente está la posibilidad de convertirse en psicólogo, como la mujer bonita de la infancia de El Pollo; o titularse como odontólogo ya que lleva casi un año sacando muelas de otros guerrilleros en el monte. Al frente está el futuro, eso que aún no consiguen siquiera imaginar, al frente lo que los aguarda, nada más que lo que está por venir. Al frente, es el único camino posible.


–Pa’ atrás, ni pa’ coger impulso.


Murmuró María sonriendo antes de perderse entre la gente que transitaba por la plaza de San Vicente del Caguán. Entretanto, en algún campamento enclavado en la selva, a lo mejor El Pollo continua afilando un trozo de madera con una navaja mientras espera el momento de dejar definitivamente sus armas.




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Llanos del Yari, Colombia

Febrero 2017

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