II
El paquete
En un cruce de caminos, una pareja joven espera mirando con rigidez a lado y lado. Tras unos minutos un hombre llega a su encuentro, se miran, se reconocen e intercambian santo y seña. La mujer extiende el paquete envuelto en frazadas. El hombre lo ojea, parece no entender, pide a la pareja que lo esperen y se aleja apresurado para hacer la llamada desde el teléfono público de la tienda.
–Oiga, aquí no me están entregando un paquete, usted dijo que recibiera un paquete. Tiene que haber un error. –Nigun error hombre, reciba ese paquetico y se lo lleva. –… no, pero –Reciba esa vaina y lléveselo, yo sé lo que es, no se ponga a decirme por teléfono. Lléveselo. – Pero eso ¿de quién es? –Es mío. –¿Con quién? –No le pare bolas a eso.
El hombre tomó al bebé de apenas unas cuatro semanas de nacido y se alejó.
Cuando uno ingresa aquí, siempre piensa que no se va a quedar toda la vida en la montaña, siempre, porque nuestro propósito es lograr un objetivo que no está aquí en en el monte, está afuera. Ese pensamiento a nosotros nos marcaba el futuro, nos hacía pensar que, seguramente más adelante, íbamos a tener la posibilidad de tener una familia, pero en medio de la guerra no, eso es un error. Yo le decía a mi compañera: qué vamos a hacer con tener un hijo en este momento donde nosotros no lo vamos a poder criar, no lo vamos a poder tener. Pero pasó, ella quedó embarazada en pleno gobierno de Uribe, en plena guerra.
La barriga crecía y crecía y también la intensidad de los operativos. Llegó el momento en que a ella le costaba caminar entre el monte, pero yo cargaba una unidad muy cohesionada y los muchachos me colaboraban con la dotación de ella y con la dotación mía, porque algunas de sus cosas las cargaba yo en medio de la marcha para que ella se moviera un poco más liviana. Era muy difícil, el ejército rondaba por cielo y tierra y nosotros no podíamos movernos tan rápido como hubiéramos querido.
Yo no le había informado a nadie que ella estaba embarazada porque en ese tiempo la comunicación era muy difícil y un teléfono era la muerte; entonces ni mi familia, ni la familia de ella sabían nada. Sabía la comisión que yo cargaba y yo, más nadie, yo tenía hermetizada la información porque ese muchacho corría peligro. El que sí sabía que ya ella iba a alumbrar era mi comandante, yo le dije:
–Esto ya no se puede resolver de otra manera –y la mandó a parir.
A los 20 días de que ella alumbra, la inteligencia militar se dió cuenta y el GAULA (Grupos de Acción Unificada por la Libertad Personal) cayó al hospital buscando una guerrillera que había parido. Yo logré traerla a tiempo y pude esconder al niño de sólo días de nacido. Primero lo dejé con una señora, pero a los tres días lo tuve que sacar. La señora decía que la ponía en gran peligro. Yo trataba de encontrar cómo protegerlo y mientras tanto ella aquí no hacía más que llorar por su pelado. Me contacté con mi abuela, dijo que no podía ayudarme, estaba enferma y sin dinero, los habían desplazado, no tenían nada. Finalmente llamé a un muchacho que yo conocía, muy amigo mío, le dije:
–Hermano hágame el favor y se viene para tal parte y ahí le van a entregar un paquete. –yo no le dije nada más, sólo un paquete.
Como a los tres días después de que le dieron “el paquete” llamé al hombre, entonces él ya comenzó a comprender que el niño era hijo mío y no me preguntó más. Lo que hice después fue para no causarle problemas al niño, ni causarle problemas al que lo tenía, no quería causar problemas por ninguna parte, así que me le perdí. Es que los riesgos se multiplicaban si lo seguía llamando para preguntarle todos los días cómo estaba el niño. Me le perdí. Le mandé una nota por otro lado y le dije que se rompía toda clase de contacto, que yo después me iba a comunicar, que algún día lo iba a contactar.
Pasó el tiempo y después de año y medio la cosa se calmó un poco y nosotros pudimos hacer contacto con el niño otra vez y ahí mismo comenzó la persecución. Él corría riesgo allá porque la inteligencia militar estaba asediándolo, así que tuve que hablar con la gente que lo tenía y pasar el hijo para Venezuela.
Cuando él niño cumplió los 4 años ahí sí tuve la oportunidad de traerlo donde estábamos nosotros. Pude conocerlo y ya se fueron como calmando las cosas. Ahora que todo está mejor, mi hijo está estudiando en Santa Marta pero nosotros decimos que todavía no está nada ganado, todavía las cosas están por hacerse, apenas está todo comenzando, el peligro sigue y todavía no es tiempo de que él esté con nosotros.
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Agosto, 2017
Pondores, Guajira, Colombia
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