
Cuando arribó a Popayán, a sus cinco o seis años, no comprendía una sola palabra del español, su lengua y sus oídos sólo conocían los sonidos del nasayuwe, el idioma de su pueblo. Ella recuerda que después de la primera semana, ya podía entender lo que se esperaba que hiciera. Tras un mes, ya sabía cocinar como le gustaba a los señores. Aunque el mesón de la cocina estaba muy arriba visto desde sus ojos de niña, con una silla conseguía la altura justa que le permitía cocinar.
Allá vivió, hizo su vida trabajando para los blancos, hasta que un día llegó una nota a sus manos: su sobrino, el que vivía con su mamá, se había ahorcado. Ahora la vieja quedaría sola.
–A las cinco de la tarde me avisaron, a esa hora leí el papelito. Amanecí empacando la ropa y me vine. Es que a mí no me ataja nadie. El papá de mi niño no me quería dejar. Él tenía como 45 años y yo era una culicagada con 16 años, pero yo era muy juiciosa. Ese señor me decía: usted buena mujer, más buena que mi mujer. Yo no sabía que era casado, a mí me metieron allá, entonces yo dije no, yo con un hombre casado yo no vivo. Me cogí la ropa, me empaqué y me vine.
De regreso a su comunidad, al nasayuwe y al campo, Ana María conoció al que sería su esposo, ese con el que juraría frente a un cura que estaría en las buenas y en las malas, hasta que la muerte los separe. A Domingo no lo conoció en un baile, ni en el mercado, fue en el camino. Ella iba andando sus pasos por ahí y él se acercó, estaba perdido y echó a caminar con ella.
–Él se me pegó, por eso cuando peleamos le digo: váyase, usted ya encontró el camino. Yo tenía 21 años, él tenía como 12 o 13 añitos, yo le hice crecer [risas] y vivimos bien, hasta estamos pagando cárcel juntos. Con Domingo tengo cuatro hijos y con el que tengo del otro (señor) son cinco.

La gente del pueblo lo fue sabiendo de a pocos. La voz empezó a correr cuando se dieron cuenta que faltaba uno de la comunidad. La guardia indígena dio inicio a la búsqueda por todo el territorio y, con los mayores y los médicos tradicionales, inció el mambeo y el trabajo espiritual para dar con el perdido. En un territorio que desde hace tanto tiempo ha visto fusiles portados por distintos bandos – Las guerrillas del M19, el Quintin Lame, las FARC; Paramilitares- que falte uno del pueblo, produce terror.
Cuando encontraron al comunero estaba ya muerto. Ahora había que dar con los asesinos.
Eran dos hombres y una mujer. Fueron ellos tres quienes comparecieron frente a la asamblea con todos los comuneros de Pueblo Nuevo que se reunieron para decidir si eran culpables e impartir “el remedio”, pues las faltas –delitos, desde los ojos y la jurisdicción de los no indígenas– son enfermedad, desarmonía que hay que remediar. Hubo fuete latigando las piernas, hubo una hoguera sobre la que giraron los culpables. Hubo cepo de donde colgaron los tres atados de los pies. Hubo una ceremonia donde las piernas de dos de ellos, la mujer y un hombre, fueron ensuciadas, manchadas con heces y tierra para quitarles el poder que el Trueno les había dado, permitiéndoles ser médicos tradicionales, portadores del poder de la naturaleza y los espíritus. Luego, la asamblea decidió la condena, serían 35 años “en calidad de guardados, en patio prestado” lo que quiere decir, que aun cuando la comunidad indígena, haciendo uso de su justicia propia, decidió que el remedio no era suficiente para purgar la falta grave, los culpables pagarían con cárcel, pero la comunidad no cuenta con una, así que le pidieron al Estado colombiano que acogiera a los suyos en su sistema penitenciario.
–Pues el compadre era miliciano, y yo un día sí le vi un arma así chiquito, y le dije: este ¿para qué es? Yo voy a avisar al cabildo, le dije. Entonces él dijo: no, si usted sapea verá que le vuelo la cabeza. Entonces a mí me dio miedo. Mi marido también dijo: no avise porque de pronto la matan y con niños pequeños yo no puedo quedar solo, ni quedarme viudo, porque ¿cómo hago?
Por los territorios de los Nasa, las armas han transitado colgando de hombros con diferentes insignias. Venían con los colonos, con los terratenientes, con los guerrilleros y los paramilitares, vienen con los narcos, los policías y soldados, vienen en aviones y helicópteros. Las armas siempre han merodeado por las montañas del Cauca, pero desde hace mucho están proscritas en los resguardos indígenas, las armas y sus portadores no pueden entrar a la tierra de los indígenas Nasa tras una larga historia de violencia que inició en la conquista y, que aún no termina. Ser portador de armas es una falta, y todas las acciones derivadas de portarlas y usarlas, son faltas gravísimas, energías oscuras y pesadas que enturbian el equilibrio del mundo Nasa.
Ana María dice que el hombre que amaneció muerto era un ladrón, que entró a robar varias veces, y en una ocasión amenazó con matarla, pero donde ella pone el ojo, pone la mano, y se libró de él con su puño.
–Antes éramos carniceros, buscábamos ganado, vendíamos, íbamos muy bien, pero con el compadre y su arma, todo se fue para abajo.
Domingo y el compadre confesaron haberlo matado. De ella se dijo que con el poder de la medicina tradicional había hecho posible el homicidio. Dicen que hizo trabajo espiritual en la casa del cabildo para impedir que las autoridades se enteraran de lo que los otros dos hacían y que cargó de fuerza las armas para que cumplieran la misión a cabalidad.
–A veces por la calle gritan bruja, dicen asesina. Tienes cola. Tienes cachos. Eso lo dicen, pero muchas gentes, ni entienden, ni saben. Dicen: como lo mataron, ella es diabla. A mí no me importa nada, (el) único que puede decir la verdad, es el de arriba.
Lo que vino después fue la cárcel en Popayán.
–En la cárcel, (estábamos) revueltos, habían paracos, había guerrilleros, habían marihuaneros, habían de todo. Ahí por medio tocaba vivir, pero si tiene buena convivencia a uno no le pasa nada, si tiene mala convivencia, pues pelean y lo chuzan. Pero uno encuentra buenas amigas, buenas amistades. A mí me querían (todos) hasta la guardia, porque yo hacía de todo, me mandaban a traer tinto, me mandaban a traer libros, yo hacía todo lo que ellos quieran.

Mientras ella estaba en la cárcel de mujeres, Domingo y el compadre estaban en la de hombres, cada uno pagando su pena.
–Un día especial, me lo llevaron, “día de los casados” dicen, pero yo no sé qué significará, yo no entiendo. Ese día me llevaron esposado a Domingo. Otras veces íbamos todas mujeres en una camioneta, hay veces ibamos en un bus, pero es muy jarto la entrada, eso requisan y uno no puede tener ni aretes, ni anillos, ni brasier porque pita, no, eso es muy jarto. Pero él se enojaba cuando uno no iba, decía: usted ¿por qué no quiere a marido? Entonces tocaba ir. Yo a veces me arrepentía por ir, hay veces me daba rabia porque por él es que estoy en cárcel.
Ana María recuerda que con ayuda consiguió enviar algunas cartas, al cabildo de su resguardo, a autoridades del Cauca, al presidente Santos. Pedía que la sacaran de la cárcel, que al menos la hicieran pagar la pena lejos de ese lugar, con los suyos.
–Sacaron a mí. Y a marido, y a compadre. Yo dije: sáqueme a mí no más y no me quisieron sacar sola, sino a todos tres. En la cárcel seis años estuve, me faltaban cuatro mesecitos no más para cumplir los seis.
Tras esos años en la cárcel, el cabildo decidió traerlos de vuelta. Mucho se han preguntado las comunidades indígenas sobre lo que pasa con sus comuneros, con la cultura y el ser Nasa al estar en esas instituciones carcelarias tan lejanas de las nociones de justicia restaurativa de los pueblos indígenas, de sus ideas de remedio y armonización, en lugar de castigo.
–Pues yo no sé, ni entiendo. “Sanción” dicen gobernadores y comunidad, pero ni yo entiendo qué será sanción. A mí me toca es en cocina, tengo que estar trabajando la cocina, día lunes, día martes, y hay veces pasar día miércoles, jueves y viernes y sábado y domingo. Pero, entre yo, creo que así merma más la sanción.
El homicidio del comunero fue en 2010. Desde el 2016, Ana María, Domingo y el compadre están de regreso en la comunidad con una sanción de 15 años que implica la prohibición del consumo de alcohol, el trabajo comunitario y, en el caso de Ana María y Domingo, la prohibición rotunda de ejercer la medicina tradicional y el trabajo espiritual.
–Él (Domingo) es bien. Hay veces peleamos, todas las parejas no viven como santicos, por nada se reniega hay veces, pero eso no más. Él es muy trabajador. La psicóloga sí me aconsejaba que (me) separara porque después él otra vez vuelve a hacer mal y entonces usted vuelve a caer en la cárcel, decía, pero yo le juré ante Dios diciéndole hasta que la muerte separe, entonces yo no puedo, pensándolo bien yo no puedo.
En la tiznada cocina del cabildo, junto a las enormes pailas de hierro, dos mujeres ponen una gran olla profunda sobre el fuego de la hoguera. Ana María se inclina sobre la olla, revuelve la sopa de maíz y al atizar el fuego su cara se ilumina con la luz roja que emiten los leños.

La vida sobre la tierra, según los Nasa se trata del frágil equilibrio entre los seres que la conforman, que la habitan: entre los de aquí, los de más arriba y los de abajo. El equilibrio se quiebra si no se cumplen con los rituales y pagamentos, el accidente deviene, la salud de los individuos se quebranta y llega el sufrimiento. El equilibrio se quiebra porque se rompen las normas ancestrales, la fuerza de los espíritus se usa para beneficio de una causa oscura o se arrebata la vida del hermano y, entonces, se rompe la red que los mantiene juntos. El equilibrio se quiebra porque llegan las armas, arriba la guerra ajena.
Para restablecer el equilibrio, el orden de la naturaleza, se aplica “remedio”. En ocasiones se trata del poder de las plantas sagradas y de la fuerza canalizada por el médico tradicional para que el cuerpo sane, cazar las candelillas y hacer los rituales de armonización; otras veces es el fuete, el cepo, el patio prestado, la sanción.
Si todo va bien, si se ha armonizado con las plantas sagradas y la fuerza y sabiduría de los mayores y el médico tradicional, si se han celebrado los grandes rituales, y los mas pequeños, llega el veranito, y después, un buen día, el cielo se rompe y derrama sus aguas. Las plantas crecen, los animales engordan y se hacen fuertes. La familia está unida, el cuerpo es fibroso para andar la montaña, y la comunidad fortalecida resiste y crece. Si se deja descansar la tierra, si no se saca todo lo que en sus entrañas guarda, si no se cazan más animales de los que se necesitan para comer, si los comuneros se ayudan con la minga (Minga, tradición de varios pueblos originarios de América que implica el trabajo comunitario y colaborativo. En Colombia, además suele tener un sentido político y organizativo para la reivindicación de los derechos de los pueblos indígenas), el mundo está en equilibrio. Si se han curado a los violentos que hacen la guerra, las señas son buenas y los dioses tutelares muestran su agrado.

Noviembre de 2017, Caldono, Cauca
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