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  • Foto del escritorEl pez que camina

Desde el oasis



El de Atacama es un desierto bello y poderoso, rareza de los Andes y foco de interés de los muchos visitantes cámara y palito “selfie” en mano que vienen buscando los géiseres, los volcanes, los paisajes lunares, las dunas, lagunas y salares. Además de ellos, aquí los minerales contenidos en el agua y la tierra han atraído a muchos chilenos y extranjeros, buscadores de suerte y empresarios, también a las multinacionales, su dinero, sus problemas, e incluso sirvieron de chispazo inicial de la Guerra del Pacífico que, entre otros resultados, dejó a Bolivia sin salida al mar y al desierto con nueva bandera pasando de la Peruana o Boliviana a la de la estrella solitaria Chilena. Primero fue la industria salitrera, luego cobre, hierro, oro, plata, el boro, litio; también calizas, arenas, gravas y fosforita. Algunos minerales como el litio, se plantean como la salida “verde” a los combustibles fósiles. Allá, en el mundo nórdico, se venden carros eléctricos para ser más amistosos con el medio ambiente y, aquí abajo, en el sur, en un lugar donde según algunos existen aéreas donde no se ve una lluvia hace generaciones, se acaba con el agua para conseguir el litio para las baterías de esos carros.





Este desierto originalmente era el territorio del pueblo lickan-antay, hablantes de la lengua cunza, después del quechua y del aymará y, finalmente del español: la voz sonando al ritmo de los imperios que arribaban al territorio.


Guillermo, un atacameño comunero del pueblo lickan antay recuerda los años oscuros de la escuela en la ciudad de Calama cuando aún sonaba con voz burlona o enfurecida lo de indio, boliviano o colla para diferenciar a la gente del desierto, los “atacameños”, de los “chilenos” más blancos, con menos evidencias de la sangre indígena, más cercanos a las raíces europeas que fueron llegando en distintas oleadas.


Ahora hay quien con un dejo de desprecio les llaman en lugar de “lincka anatay”, “lukanantay”, según ellos porque desde que empezó a llegar el dinero (la luka) de las mineras y el turismo, los atacameños se han hecho avaros y de todo hacen un negocio. Eso dicen sobretodo algunos turistas santiaginos cuando se enfrentan a las comunas organizadas que mantienen el cuidado de esos mismos géiseres, volcanes, paisajes lunares, dunas, lagunas, salares y, cobran una entrada por el acceso.



En el desierto y sus oasis, desde hace cientos y cientos de años han pasado grupos poderosos, civilizaciones antes, multinacionales ahora, que han impuesto su voz, sus dioses, sus normas. Pero como el tiempo para las montañas tiene otras dimensiones, quienes siguen allí como gigantes dormidos son los enormes volcanes tutelares que miran desde lo alto a los locales y a los que van llegando. Desde el frío de las nieves perpetuas y las que caen y se evaporan, miran a la gente escarbando la tierra quemada por el sol, a las comunidades naciendo, creciendo y muriendo, adorándolos antes en ritos de veneración, y mirándolos ahora a través de las cámaras que están siempre listas para ser desenfundadas desde el bolsillo del pantalón.






San Pedro de Atacama, Chile

Septiembre de 2018

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