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  • Foto del escritorEl pez que camina

DE ESPOSAS Y MADRES


Desde que subí a la camioneta de la RASD que me recogió en el aeropuerto de Tindouf para llevarme finalmente a los campamentos de refugiados, todo el que ha tenido oportunidad me ha preguntado si estoy casada, si tengo hijos, si al menos tengo novio –promesa de próximo matrimonio- ¡No! Algunos se sorprenden, si fuera una saharaui estaría un poco vieja para no haber hecho nada al respecto.

–¿Novio colombiano?

–No.

–¿Novio saharaui?

–No.

–¿Karina sowar? (fotos).

–¡Si!

–Amor no, sowar. Hijos no, sowar. Karina mosawera (fotógrafa)


Era más o menos la conversación que con dificultad sostuve con Ahmadú, el conductor que me llevó a Smara.


Hasana, el chico que se encarga de la casa de la RASD que me aloja, me llevó a comer en casa de una buena amiga suya, una amplia casa de adobe que él mismo -Hasana el constructor- levantó. Después de un verdadero banquete, conseguí conversar con Aisha y Rabú, hermana y prima de la anfitriona respectivamente. Hablamos del matrimonio, de la maternidad, una charla de chicas diría alguno. Rabú, muy blanca y joven, hablaba como si a través de ella se comunicara una anciana, era abrumador el orgullo que sentía por lo que su cultura esperaba de ella. Aisha decía que le gustaría ser soltera, sin hijos –como tú– y andar por el mundo, pero sabe que su deber es casarse y tener hijos que cuidaran de ella cuándo sea vieja.


–¿Y de ti quién cuidará, Karina? –decían– las mujeres aquí no nos casamos para tener marido, lo hacemos para tener hijos, que son la razón de ser mujer.


Para casarse hace falta que el hombre esté preparado, esto significa que tiene lista la dote, que en el mejor de los casos serán todos los muebles y objetos que compondrán el hogar de su esposa, una jaima o una casa de adobe. Este es un pueblo solidario en todos los aspectos de su vida, así que los amigos del novio y la comunidad en general ayudará para que complete su dote. Según algunos, la novia también debe estar lista, es condición que las mujeres se casen en el orden en que han nacido. Por ejemplo, en un grupo de tres hermanas, la más joven no debe casarse antes que lo haga la mayor. Rabú y Aisha esperan casarse este año, están listas y sus futuros esposos pronto lo estarán.


Alguien mencionó la libertad (a lo mejor yo, a lo mejor Hasana que habla mucho de ella y quiere quedarse soltero, su vida como dice una amiga suya es: comer, dormir, follar) y las chicas rápidamente dijeron que aquí se es más libre cuando se está casada, antes de eso, todo el tiempo se está bajo la vigilancia de los padres.


–Luego, cuando consigues casarte eres la dueña de casa, del tiempo, de la vida y los hijos.


Tan dueña se es, que si la pareja se divorcia, el esposo abandonará la casa llevando consigo solo su ropa. Cuando se casan, el hombre levanta su jaima junto a la de sus suegros y en adelante no los volverá a ver a excepción de casos especiales, cada familia aunque junta, mantiene sus espacios separados. La esposa sí está en continuo contacto con sus padres, sobretodo con su madre que la guiará y ayudará en el camino de la maternidad, además se espera que las mujeres cuiden la vejez de sus padres. Si el hombre tiene hermanas ya tiene el asunto cubierto.



La conversación, que se acercaba a la idea del amor, fue interrumpida por Aisha que salió de la habitación y regresó con una bella tela, dulcemente me coronó con una melfa, la túnica femenina que cubre el resto de la ropa y la cabeza. La mía es rosada con estampados violetas y azules. Aisha ató la tela con dos nudos sobre mis hombros y la perfumó para mí mientras me hablaba de cuándo empieza una mujer saharaui a usarla, cuando el cuerpo engorda –dice ella. Las chicas, por iniciativa propia se la ponen cuando llega la primer menstruación y las formas de mujer emergen del cuerpo plano de la niña. La melfa parece ser para las Saharauis una señal de identidad, solo las mujeres de su pueblo la usan, se ven bellas y misteriosas tras ellas. Algunas, para proteger su piel del sol, para mantenerla blanca, cubren todo su rostro con la melfa, se ponen grandes gafas oscuras y guantes en las manos, lo que hace dificilísimo imaginar el rostro y el cuerpo que hay bajo toda esa tela. Un chico muy joven que pasó demasiado tiempo en España, me ha contado de la dificultad que esto supone para los hombres, me ha dicho que charla con ellas, intercambian teléfonos, pero para asegurarse si le gustan más allá de los mensajes de texto y la voz del otro lado del celular, quedan para encontrarse y entonces, la chica descubre su rostro, incluso alguna deja ver su pelo. –Insistirás con ella si te ha gustado, sino inventarás alguna excusa.




Al salir de la casa yo trataba inútilmente de moverme con soltura bajo mi melfa, pero a mi torpeza natural se sumaba un obstáculo que hacía más lentos mis movimientos, aun así recibí mi primera clase de conducción en la hamada (desierto estéril donde están asentados los campamentos) a bordo de un camión en medio de un siroco (tormenta de arena) que empezaba a menguar.

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