Sin duda aquí abajo, a ras del suelo, hay mucho que ver. Allá al fondo, una chica con ojos rasgados golpea suavemente la parte posterior de su cabeza contra la pared. El hombre de aquella banca entre los estertores de su radio se lamenta por haber comido temprano y no dejar nada a los perros que ahora han llegado a pasear a sus amos. Frente al museo, como congelada en medio del camino, la adolescente árabe espera que su mirada se cruce con la del skater rubio. Rumbo al mar, una horda de turistas americanos caminan por la rambla mirando a través de sus pequeñas cámaras. Allá, al fondo, entre las callejuelas estrechas, se escucha acercándose el canto germano de un enorme grupo de hombres jóvenes. Envueltas aún en sus bufandas, tres japonesas cavan pequeños agujeros en la arena, buscan con total concentración ve tu a saber qué.
Sin duda hay mucho que ver aquí abajo, gran parte de la vida sucede con los pies –o alguna parte del cuerpo- sobre la tierra, pero mientras camino por esta ciudad yo miro obsesivamente hacia arriba, hurgo en los balcones de los edificios bañados por esta poderosa luz del mediterráneo. Ya no sé si he encontrado la estelada por doquier, o si me he encargado de buscarla de forma enfermiza.
En un balcón, hay un limonero cargado de frutos que se sacuden con el ventarrón. En aquel, un hombre fuma y finge leer mientras cada tanto discute con alguien que grita desde el interior. Junto a ese otro, se ven las insignias de lo que un día fue una prospera fábrica de paraguas. En cada balcón hay un mundo de historias que trato de asir espiando silenciosamente desde aquí abajo, y en muchos de estos balcones ondea oronda la estelada, la bandera estrellada del anhelo de independencia Catalán. En otros lo que ondea son pequeñas camisas de niño, ropa interior, insignias del Barcelona F.C, incluso en alguna se ve también la ikurriña, aquella bandera de fondo rojo sobre la que se superpone un aspa verde y luego una cruz blanca, símbolo de Euskal Herria, tierra del euskera, es decir, el pueblo culturalmente unido por la lengua euskera. Se ve ondear la senyera, bandera oficial catalana, son cuatro franjas rojas sobre un fondo dorado. Tambien baila con el viento la estelada, la misma senyera con un triangulo estrellado que, según dicen, es de inspiración Cubana, esa que también fue colonia Española hasta lo que los colonos llamaron el desastre del ‘98. El fondo de este triangulo muchas veces blanco, a menudo es azul –estelada blava-, verde unas veces –estelada verda- de fondo dorado con la estrella roja –estelada vermella- o de fondo rojo con la estrella dorada -estelada graga-, variaciones todas que indican la orientación política de la intención independista.
Las banderas ocupan un lugar preeminente entre todos los símbolos de un pueblo, pero no solo identifican naciones, son un punto de atención donde los miembros de una comunidad se reconocen como tales, moviliza sus emociones y acciones políticas. Pero este texto no pretende hacer alusiones semióticas, ¡ni más faltaba! Este texto es solo una mención a mis largas caminatas por Barcelona con la mirada perdida allá arriba.
Todos los catalanes con lo que hablé sobre el tema en bares, en la calle, en la playa, todos dicen que la fuerte presencia de la estelada indica que la gente quiere que se celebre la consulta de autodeterminación fechada para el 9 de Noviembre donde se preguntará al pueblo catalán, (y aquí hay que recordar la inmigración interna vivida desde tiempos de Franco e incluso antes) si quieren ser una nación independiente. Rajoy, en varias ocasiones ha dicho que la consulta no se celebrará, que es inconstitucional, refiriéndose a aquello de “la indisoluble unidad de España”. El consejo Europeo, en claro tono amenazante, ha recordado que si una parte del estado se separara dejaría de pertenecer a la Unión Europea. Algunos políticos hablan de suspender la autonomía catalana. Algunos otros, en las calles, quisieran que se celebre pero están seguros que no pasará. Otros quieren que se lleve a cabo para que quede claro que en medio de las disputas políticas los objetivos se han disuelto. Otros, que se sienten muy españoles, quieren que pase para que de una vez por todas se archive el asunto, que según algunos es solo producto del coletazo de la crisis.
Aún con mi obsesión por la estelada y con todos los datos anecdóticos e históricos sobre Guifredo el Velloso y su propia sangre que extendió con los cuatro dedos dando paso a la senyera; sobre la corona de Aragón; sobre las expansiones catalanas; sobre los enfrentamientos contra los reinos árabes; sobre la guerra civil y la victoria franquista que, entre otras cosas, implicó la proscripción de los signos de identidad catalana, yo me quedo con otra cosa.
–¡A ninguno! nosotros solo tenemos fracasos. Me contestó alguien cuando pregunte por la gloria militar a la que hace honor el Arco del Triunfo en Barcelona. Y es que como muchos monumentos y parte de la rehabilitación de la ciudad, el Arco del triunfo se construyó para la Exposición Universal de 1888, es decir, para el turista. Aunque hoy, con toda nuestra tecnología, el universo a veces se nos antoja muy pequeño, al parecer por entonces el universo era diminuto, a la Expo del ’88 asistieron 22 países, ninguno fuera de la Vía Láctea, ni siquiera de otro planeta cercano.
A pesar de la belleza de los edificios y del derroche modernista, yo me quedo con otra cosa. Yo me quedo con las “bombas cojonudas” de aquel bar; con el olor, los sabores y la conversación nerviosa en aquel otro, ese bar rustiquísimo comandado por una familia en pleno. Me quedo con los disgustos de mi amigo frente al televisor porque según él, según muchos, la televisión española los usa a ellos y los vascos como cortina de humo.
–Disculpe, pero tengo que preguntarle, ¿por qué le da la espalda? Me dijo un viejo catalán mientras yo sostenía la cámara contra el ojo y la espalda contra un árbol. Efectivamente le daba la espalda, ahí estaba la Sagrada Familia de Gaudí, una enorme basílica católica que no ha dejado de estar en construcción desde 1882, y yo parecía no percatarme. Pero sí que la había visto, su ambicioso diseño, las caras angulosas de los personajes que pueblan las bóvedas, sus formas helicoidales y la presencia de los dinosaurios de metal con que trabajan en ella, pero preferí espiar al par de viejos sentados en la banca del fondo.
Yo me quedo con el trabajo en la huerta de mis amigos con nombres muy catalanes. Me quedo con la discusión sobre el malamor de los dos jovencitos en la playa. Me quedo con la africana que sentada en lo alto de las escaleras permanece inalterable junto a su equipaje. Durante largas horas espera, espera y se rasca la panza, espera y seca el sudor en su frente, espera mirando fijamente a ninguna parte.
Me quedo con la invitación del chico de Costa de Marfil: –ves, el negro también sabe ligar, le dijo al catalán de las postales después de que yo finalmente recibiera el papelito con su número telefónico. Me quedo con el pa amb tomaquet (pan con tomate maduro frotado y aceite de oliva) Me quedo con el hombre que sacaba brillo a sus zapatos en una banca del parque. Me quedo con la anciana vestida de poderoso rojo que, muy firme, sostuvo mi mirada por un largo rato. ¡Yo me quedo con Barcelona¡
Barcelona, 28 de marzo de 2014
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