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  • Foto del escritorEl pez que camina

AYOTZINAPA, DE VERDADES Y TORTUGAS

Actualizado: 26 sept 2019

En un cuaderno abandonado al descuido en el suelo, se leen las primeras líneas de la Internacional. El salón está vacío, al fondo, como si a penas fuera Mayo, se ven aún textos conmemorativos por el día de la mujer: Rosa de Luxemburgo, Elena Iparraguirre, Chiang Ching, Liu Ju Lan, memorables comunistas, se lee. Antes esta era una gran hacienda, hoy son aulas escolares. Este es el lugar de las tortugas, como traduce la voz nahuatl, esta es Ayotzinapa.


Entramos siendo niños y salimos siendo hombres, dice La Cotorra sosteniendo su guitarra, esa que ya no toca y que se ha vuelto una suerte de reliquia con una rosa disecada en su interior, palabras escritas, collares y adornos colgando entre las cuerdas, recuerdos de gente de diferentes países que ha ido conociendo después de la horrible noche del 2014.


La Escuela Normal apareció en los mapas de la prensa mexicana e internacional, y en los mapas personales de muchos, por cuenta de lo sucedido entre la noche del 26 de Septiembre y la madrugada del 27, cuando en Iguala, los estudiantes de la Escuela trataban de tomar algunos autobuses para llevar a otros tantos a Ciudad de México y así asistir a la marcha del 2 de Octubre, épica conmemoración de otra matanza estudiantil, la de Tlatelolco.




Lo que pasó esa noche y los días siguientes está aún cargado de un misterio oscuro y malsano. Existe la “verdad histórica” de la Procuraduría; existe, desde hace poco, la verdad llena de dudas de el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independiente del CIDH, que abre vías de investigación que la procuraduría obvió o cerró de un portazo.

Están las verdades turbias de la TV y la prensa: que otro cuerpo ha sido identificado, que no faltan 43, que faltan 41, que el basurero, que el río. También hay otras verdades. Verdad la de los padres y madres que desde el día siguiente de aquella noche, están aposentados en la escuela y que viajan buscando apoyo, contando su historia, exigiendo saber el paradero de sus hijos y justicia para los caídos. O aquella verdad del chico que vio teñirse de rojo sus tenis blancos con la sangre de un compañero; o la de aquel otro que se enfrentó al cerco, huyó por los cerros, se ocultó en la casa de una mujer y luego continuó la huida entre calles y, finalmente, logró salir con vida. Está la verdad del chico con asma que sufrió una crisis en medio de la tragedia. La verdad del líder estudiantil que justo ese día estaba en misión fuera de la escuela, y que al llegar encontró cuerpos tendidos y varios ausentes. Está la verdad que ha de tener el cartel de Guerreros Unidos, traficantes de heroína a Chicago, según dicen, en buses como los que tomaron esa noche los estudiantes. Está la verdad de los policías municipales y federales, su verdad con tortura, y su verdad sin tortura.




Mientras todas las verdades siguen luchando por encontrarse y no hacerlo, la escuela sigue ahí, entre Chilpancingo y Chilapa; en Ayotzinapa, comunidad de Tixla, está la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos. Aquí se forman futuros maestros de primaria, sus estudiantes los esperan en las sierras, en los pueblos inaccesibles de la costa y el interior.

Los estudiantes, uno tras otro hablan de Lázaro Cárdenas, de Vasconcelos, de la fundación de cuarenta y seis escuelas normales rurales por allá por el 26, aún con los fuegos de la revolución ardiendo. De aquellas cuarenta y seis, hoy quedan diecisiete, masculinas, femeninas y mixtas. De los cinco módulos que conforman estas escuelas, uno parece implicar más polémico desde tiempos muy cercanos a su fundación. Módulo académico, deportivo, cultural, de producción y, finalmente: político. Se aprende matemáticas, geografía, historia; se juega al vóley, se corre; hay banda y danzas; se siembran flores de muerto y se cuida el ganado y los cerdos; y además, tan espontáneamente, tan de transmisión de saberes sin maestros y discípulos como se trabaja la tierra, se forman círculos de estudio de pensamiento político, política de izquierda.




–En los círculos de estudio es donde despertamos la conciencia para sensibilizarnos ante los movimientos sociales. Nos enfocamos en lo que son represiones hacia el pueblo. Yo cuando llegué, dije, ¿por qué nos enseñan esto? Yo pensaba que teníamos un gobierno bueno. Pero cuando vivimos el 26 de Septiembre en Iguala, pues no, me di cuenta que no, que es un gobierno corrupto, un gobierno con el que no nos identificamos, que solo le interesa el dinero para ellos y para las empresas capitalistas, –dice un estudiante mientras acaricia la rodilla que se lesionó corriendo las tres horas que corresponde a los de primer año en la semana inicial en la Escuela.



Un hombre con los ojos en penumbra por el ala del sombrero está sentado junto a los otros, frente al altar levantado en la cancha techada, ahí están los 43 pupitres vacíos, fotos de los ausentes, nombres bordados en telas, juguetes, cartas a Dios, cartas de Dios. Al frente, un Jesús crucificado, y ahí cerquita, la omnipresente virgen de Guadalupe, ángeles y velas. El hombre estuvo sentado junto a los demás como celando el altar, luego anduvo por los pasillos de los dormitorios donde vive desde hace un año. A ese hombre le llamaremos Brafor, como se lee en el bordado de la parte superior de su sombrero. Brafor este año no sembró maíz, no pudo sembrar el frijol, jamaica, ni calabaza. Brafor, un legionario de la virgen María, ya no consigue ir a la iglesia. Sosteniendo su mochila entre los brazos dice rabioso:


Nos ha estado haciendo muy feo este gobierno aquí en México, tanta gente que desaparecen y matan y ellos, pues, quedan así, pues ya… Los de nosotros no son dos o tres... pero así han ido haciendo siempre, dos o tres han ido matando y así se queda la cosa. Ellos hacen lo que hacen y nadie les dice nada, pero nosotros no vamos a permitir eso, y seguimos insistiendo al gobierno, porque fueron ellos, ¡fueron policías!

Brafor recuerda su migración a Estados Unidos, los amigos, el tráiler donde dormía, las confusiones en las que terminó por no conocer el idioma. Ahora, él está en Ayotzinapa, su esposa en casa con la hija que va a la prepa; otros dos hijos, como lo hiciera él, están en Estados Unidos, sobreviviendo. Su cuarto hijo es uno de los 43, solo llevaba tres meses en la Escuela, ahora su papá ha dormido más noches y ha visto más días en Ayotzinapa que él mismo.


Atardece en Ayotzinapa. Suena las trompetas desafinadas de los estudiantes que entrenan para la banda. Un rock argentino de hace una década sale de alguna ventana, Calle 13 y una cumbia de otro dormitorio. Ya se duerme en la escuela, duermen estudiantes pelones de primer año, duermen los de años superiores, duerme –en algún momento lo hará– el secretario del Comité Estudiantil que despacha desde un aula vacía, el local, dice él, porque oficina suena a burócrata.

Ya duermen los padres de los desaparecidos y de los muertos. Duermen las tortugas en la escuela.


Septiembre 10 de 2015. Ayotzinapa, Guerrero.

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