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REVUELTA POPULAR EN CHILE

II: Chile (NO) es una bandera 

Santiago de Chile, Chile

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En Chile, como en otros lugares, hay un misterioso apasionamiento por ver ondear la insignia nacional. Al trozo de tela se le ve, bien sea raída y casi hecha jirones colgando en un balcón escuálido o, espléndida, brillante y enorme como la que se mece en la Moneda. La bandera de la estrella solitaria suele verse sin buscársele demasiado. Grande o diminuta está siempre en torres, embarcaciones, en autos, gorras, poleras y allí donde la creatividad comercial consiga ponerla.

Cuando en Chile la rabia hierve, la bandera nacional, como en otros países, se vuelve estandarte de lucha. Pero lo cierto es que, desde el Estallido social en octubre de 2019, la insignia nacional que ondea en plazas, ya no es solo la oficial.

 

En medio de una manifestación marea-de-gente en la Alameda, se vieron las banderas, pero en el lugar donde debía estar la estrella, apareció el rostro de un alíen; un ojo sangrante; una Wünyelfe, que es lo mismo que decir: el lucero del alba, el planeta Venus, esa estrella de ocho puntas, sagrada para los mapuche, y que antaño estaba también, sutilmente, como un asterisco en el interior de la de estrella de cinco puntas que flota en la bandera oficial de Chile.

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Desde octubre, la bandera se vio conservando las proporciones reglamentarias pero, de repente, era negra, con una línea blanca horizontal y una vertical dibujadas rodeando la estrella. Esa bandera de luto, un día incluso perdió las líneas que de forma minimalista representaban las franjas y entonces la estrella, más solitaria que nunca, terminó levitando en el costado izquierdo.  La bandera se vio puesta de cabeza en las barricadas, rayada con frases iracundas contra los militares, contra los carabineros, contra la clase política y su máximo representante: el presidente Piñera.

A la bandera se le vio entre miles de manifestantes llena de agujeros de balas y con manchas color sangre.   

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Junto a la bandera chilena y sus versiones no oficiales, se vio, ondeando victoriosa la Wenüfoye, la joven bandera mapuche que apareció públicamente en 1992, durante la llamada “transición democrática” en Chile.  En el centro: el kultrung, que es un tambor mapuche, pero es también la tierra misma, el mundo. Franja celeste, verde y roja, arriba y abajo ribete con línea de ngümin, una suerte de rombo con borde zigzageante. La wenüfoye ondeaba y, en ocasiones, durante los interminables días de manifestación, que eran todos los días desde el 18 de octubre, solía estar más presente incluso, que la bandera chilena. Aun cuando sostenían la Wenüfoye no eran personas que se identifiquen como mapuche, como indígenas, la desplegaban en grandes estandartes, la llevaban en el pañuelo con que cubrían su nariz y boca para evitar los gases lacrimógenos, la sostenían dibujaba sobre los escudos improvisados con que se protegían de los perdigones disparados por carabineros, la insignia mapuche estaba en los grafitis, en los lienzos y en el abundante arte gráfico que cubría las paredes alrededor de la Plaza re-bautizada como Dignidad.

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La Wenüfoye surgió desde el corazón de la nación mapuche en busca de su autodeterminación, lo que es como decir recuperación de sus tierras, pero también exigencia de reconocimiento y respeto por su identidad, su ser diferentes al pueblo chileno; aun así, la Wenüfoye es sostenida por chilenos y chilenas porque representa lucha y resistencia, a lo mejor, porque es para muchos la referencia y el símbolo del ser combativo, de quien lucha sin descanso por todo lo irrenunciable contra la mano aplastante del Poder.

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Y RODARON CABEZAS

En esa búsqueda y creación de referentes y símbolos, durante la Revuelta no solo se ondearon banderas, los héroes “oficiales” fueron atacados y, en las calles, se les condenó al exilio del Olimpo nacional. 

En diferentes lugares a lo largo de Chile, en medio de las multitudinarias manifestaciones, rodaron cabezas de militares y poderosos de antaño.

En el norte, en Arica, decapitaron (por segunda vez, pues ya había sucedido en julio del mismo año) a Los Héroes del Morro, cuatro militares de la Guerra del Pacífico; el busto de piedra de Cristóbal Colón también rodó hecho pedazos por suelo.  Más al sur, en La Serena, a 470 km de Santiago, la estatua de Francisco de Aguirre, militar de la colonización española, fue arrancada y, donde él estaba, se levanto la escultura de una mujer diaguita, indígena de la región.

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En Santiago, cayó la estatua de Diego Almagro y, en la Ex Plaza Italia, fue arrancado del monumento la estatua del soldado desconocido que acompañaba la del general Manuel Baquedano, quien cada día de manifestación fue rayado, pintado, vestido, cabalgado, y coronado con carteles y banderas.

En Temuco, a 680 km al sur de Santiago, fue derribada y arrojada al fuego de las barricadas la estatua de Arturo Prat, símbolo de la Guerra del Pacifico. Allí también decapitaron el busto de Pedro de Valdivia, militar y conquistador español, oscura figura en la historia de América y específicamente en la del pueblo mapuche.  La cabeza de Valdivia, teñida de rojo, fue a dar a las manos de la estatua de Caupolicán, líder mapuche que luchó contra la ocupación española.

En Punta Arenas, el extremo sur de Chile, la escultura de José Menéndez, empresario español a quien se le atribuye responsabilidad en la extinción del pueblo indígena Selk'nam, fue destruida y puesta a los pies de la estatua del Indio Patagón, que representa a los habitantes originarios que desaparecieron con la llegada de los avaros afuerinos.

Estatuas de O’Higgins, de Diego Portales, de Cornelio Saavedra, todas derribadas o maltratadas en acciones con un gusto a revancha, a deuda histórica.

DE SIMBOLOS Y PERROS NEGROS 

Durante la Revuelta se derribaron bustos, se rebautizaron calles y plazas para construir la memoria de un período histórico. Así parecieran construirse los nuevos íconos, sobre la ceniza de sus predecesores.

Guardando las proporciones, lo hicieron así los españoles al construir sus ciudades e iglesias sobre las ciudades y sitios sagrados de las naciones indígenas.  Lo hizo también la dictadura de Pinochet al tratar de reescribir la historia derribando estatuas de poetas y próceres, cambiando nombres de edificios y calles, lo hizo en su obsesión por ordenar, embellece, ajardinar, que era lo mismo que ocultar, ocultar caras morenas, pobreza, rastros de tercer mundo.

 

En el presente lo hace carabineros en Temuco y Santiago, cuando derriba o incendia los rewes, esas imágenes rituales del mundo mapuche como esbeltos tótems de madera.  

Lo hizo una y otra vez carabineros con la enorme escultura del “Negro Matapacos” la imagen de una leyenda reciente. Se trata de un perro negro, un kiltro (callejero, sin raza determinada, mestizo) de pañuelo rojo al cuello.  Cuentan que entre 2011 y 2013, el Matapacos fue un fiero compañero de las manifestaciones estudiantiles, siempre dispuesto al ataque contra los "pacos", como llaman en Chile a los carabineros. Aunque el Negro Matapacos murió ya, en el marco de las manifestaciones durante la Revuelta Popular,  ha regresado a la memoria colectiva y se ha convertido en leyenda combativa. Ahora el Matapacos es emblema en banderas ondeantes, pañuelos que cubren bocas y narices, camisetas, graffitis y tanto más.

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Por las calles se sentía el rumor de una multitud, se escuchaban cantos, y se veía una enorme barricada, al fondo, tras a columna de humo que se levantaba en medio de la Alameda, se agitaba pesadamente la gigantesca bandera frente a la Moneda. Entre la gente ondeaban las banderas chilenas,  la Wenüfoye, la azul con la Wünyelfe, ondeaba cada tanto una bandera roja con letras azules, la primera en forma de fusil: FPMR (Frente Patriótico Manuel Rodríguez) cada tanto también se dejaba ver una rojinegra con las siglas MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria).

Se veían entre la multitud y las bengalas, banderas futboleras: la del Colo Colo, la Universidad de Chile, la de la Unión española.  Flotando sobre alguna barricada se vió también la tela negra con la "A" de anarquista. Por las calles, ondeaban banderas de colectivos poblaciones, se leía La Vitoria, Lo Hermida, se leía Ukamau. Por las calles los carteles con demandas rabiosas o con guiños satíricos y, entre tantas banderas, lienzos y papeles,  no se veía la insignia de ninguna partido político y eso hacia evidente que quienes se enfrentaban a los carabineros, los que gritaban, aquellos que cantaban y bailaban estaban allí porque no podían estar en otro lugar. No estaban porque hubieran sido convocados por alguna dirigencia. La gente se reunió día tras día, porque, como solía escucharse en las manifestaciones, desde que Historia dejó de ser un área de estudio obligatoria en los últimos años de formación secundaria y, los y las estudiantes sintieron que lo que les fue robado fue La Historia y su lugar en ella, tuvieron que salir a la calle para escribirla, salieron a escribir LA HISTORIA.

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