Lo que nos trajo hasta aquí es un encuentro con al diáspora del sur, los exiliados en Mauritania, poetas y activistas. También han venido saharauis que viven en los territorios ocupados, son la intifada, el levantamiento popular, la resistencia. Junto a mi amigo voy con calma de habitación en habitación tomando el té con unos y otros, escuchando al poeta que revuelve un manojo de papeles amarillos mientras habla del “don”, de que el poeta nace siendo tal, que está en la sangre y la tierra la poesía. Otro, envuelto en su bella darráa (túnica tradicional saharui y mauritana de color azul o blanco) dice que quien ha resistido estas ancestrales condiciones extremas de la naturaleza, puede resistirlo todo, puede consagrarse a su causa, una que empezó de la nada, con dispersos grupos que robaban armas a los españoles poseídos por la sed de independencia.
Luego, vamos a buscar a nuestros amigos soldados siempre al amparo de una talja haciendo el té y contando historias por turnos, porque como me dijo algún saharaui: los libros son frágiles, se extravían, se rompen, habrá algunos que solo llegan a ser leídos por su autor o un único lector; la voz en cambio es imperecedera, lo que se conversa es escuchado por todos, se eterniza pasando de boca en boca. Por eso aquí, los viejos, e incluso los no tan viejos, son bibliotecas vivas y, la conversación entorno al té es mágica y esencial.
En el evento ha habido carreras de atletismo corridas a pie descalzos o en sandalias, fútbol en medio del desierto, voleibol y una exposición de pinturas y de fotos de algunos mártires de la zona, así: mártires, aquí no se habla de víctimas, porque los que han muerto en la guerra por la independencia lo hicieron dando testimonio de su causa.
Ha habido también una maniobra militar. En una infinita llanura se ha dispuesto un ficticio enclave marroquí, y los militares saharauis lo atacaron varias veces. La gente, civiles y militares, se esparcieron sobre un escarpado galb donde muchos se mimetizaban y desde allí los hombres vitoreaban las hazañas y a cada estallido las mujeres daban emotivos etzegarit (grito festivo femenino que se emite moviendo la lengua de lado a lado). Se combatió con infantería, con armas de largo alcance, con tanques. Viendo el espectáculo creía escuchar a los Saharauis gritar ¡estamos listos, más que antes, más que nunca, estamos listos para la guerra! Y es que muchos consideran ya caduco el camino diplomático, como el veterano aquél en los campamentos que dijo que Marruecos no entregará nada voluntariamente, habrá que arrebatárselo dando la batalla como antaño –dijo él– cuando mujeres y niños también salieron a enfrentar dos ejércitos más fuertes y numerosos, pero aún así ellos, los saharauis, consiguieron la rendición de uno de los adversarios (Mauritania). Mirando fijamente a mi cámara, el anciano dijo que los Saharauis son buenos por las buenas y malos, muy malos, por las malas.
En medio del ambiente festivo, los soldados de nuestra escolta se inquietaron, había mucha gente desconocida, así que ellos permanecían muy cerca de mí, temían por la cercanía con Mauritania donde hay bandas de secuestradores de extranjeros, que aunque se disfrazan de causas musulmanas, no son más que extorsionadores. Yo no tengo miedo, nunca pensé sentirme segura y feliz junto a militares. Es que estos no son hombres de armas, ni siquiera las exhiben, son guerreros, revolucionarios, dicen ellos mismos.
En las noches, en un escenario en medio del desierto protegido del viento por un enorme círculo de tráileres, sucede el evento cultural: música saharaui cantada por mujeres con melfas tradicionales; poetas que recitan, temas humorísticos alguno, pero la mayoría aborda asuntos políticos asociados a la causa. Aquí hasta los soldados son poetas, con su uniforme puesto se levantan orgullosos a recitar; uno sobretodo, muy joven y con semblante severo, ha tenido gran éxito entre el publico, me dicen que su poesía increpaba a los políticos, exigía abandonar el camino diplomático, el de la espera pacífica para, una vez más, tomar las armas y recuperar lo que les pertenece.
Este viaje a los territorios liberados ha sido poderoso y esclarecedor, pero terriblemente acelerado, los periodistas siempre tienen prisa y había una agenda que cumplir por temas diplomáticos y de seguridad. En este viaje aún no pude acercarme a la vida beduina, a la de los nómadas que persiguen las nubes con sus rebaños de enormes camellos, pero al menos pude verlo, ver el desierto, respirarlo. No conocí a los beduinos pero si conocí a los militares del Frente Polisario. Los chicos de nuestra escolta y los conductores eran hombres recios, con sus pieles duras como rocas y sus manos fuertes y enormes, pero tan dulces, tan cálidos, que acorralaron mis prejuicios.
Tomamos el infinito té con los chicos, soldados y conductores, además del “Doc”, el médico gastroenterólogo formado en Polonia e Italia que trabaja y trabaja en los campamentos y en los territorios liberados. Escuché sus historias aun sin entenderlas, por el solo placer de compartir el tiempo con ellos, de estar en su “casa grande”, en el desierto con sus anfitriones.
Estoy en el territorio liberado rodeada por un espacio imponente y bellísimo, y mis amigos, los militares del Frente Polisario, bromeando me llaman cariñosamente Karina Lemyenina (antes me llamaban Kareena Kapoor, como una actriz hindú famosa) Karina Lemyenina: la muy loca, la loquísima. En un escapada hemos escalado un galb, del galaba de Agüenit, es una montaña de piedra negra pulida y brillante. Desde aquí pareciera que se ve el mundo entero, que no puede haber nada más que esto que veo. Estar aquí produce unas irresistibles ganas de gritar, gritar y gritar, o en mi caso cantar a gritos: “cuando calienta el sol aquí en la playa”. Daf, uno de los soldados de aparente mirada dura, pero dulcísimo como pocos, se ha contagiado de la locura, y canta a gritos la misma frase que yo aunque no entiende lo que digo. Así, gritando la única frase que recuerdo, los dos andamos por la cima del galb entre carcajadas y palabras incomprensibles que van y vienen entre ambos. –¿Qué playa? Pregunta Aidid, aunque él ha cantado durante todo el viaje eso de “alza la vela, coge el timón”. Ha de ser esa idea de que el desierto es un enorme océano sin agua. Aunque parezca una frase hecha, un lugar común, todo aquí parece la promesa o la huella de la añorada agua: los espejismos que mienten lagunas, los fósiles marinos, los conductores marineros.
Febrero de 2014. Agüenit, Sahara Occidental. Territorios liberados por el Frente Polisario.
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