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Foto del escritorEl pez que camina

SOÑADORES EN LA PENÍNSULA

Actualizado: 30 sept 2018



Arriba, en el extremo noroccidental de Suramérica, en esa extensión de tierra que se derrama sobre el Mar Caribe y que constituye el territorio ancestral de los indígenas wayuu, se escucha el romper de las gotas gordas de agua estrellándose contra el techo de la enramada. Llueve en la baja Guajira y tres niños, aún bajo techo, miran la tierra mojada. Atardece rojo encendido y los niños, ahora eufóricos por el agua que no suele venir en abundancia en Mayo, ni casi nunca en los últimos años, saltan y gritan sobre la cama-baja de un camión estacionado. Los otros dos ayudan al tercero que se desplaza con dificultad, arrastrando la mitad izquierda de su cuerpo que siempre parece resistir los intentos por moverla. Cuando por fin consigue subir, los otros bajan rápidamente. Segundos después, solo y angustiado, el tercero estudia cómo bajar de nuevo al suelo para seguir a los demás, pero luego se distrae, deja caer la cabeza hacia atrás sintiendo llover en su boca abierta, grita y se golpea el pecho con los puños cerrados como un pequeño orangután.


En la península, lo dicen sus habitantes, conviven un mundo físico, el de lo visible (anasü) y otro (pülasü) donde habitan los yulujas, las sombras de los espíritus separados de los cuerpos muertos. Entre ambos mundos existe un puente tendido por Lapü, el espíritu y fuente de todos los sueños; a través suyo los que viven en el mundo visible reciben premoniciones encriptadas. Los mensajes versan sobre las anheladas lluvias, la mortal sequía que se avecina, el lugar apropiado para levantar la enramada, la guerra a la que la familia se enfrentará en disputa con otro clan, la vida próspera que tendrá el recién nacido que se mece en el chinchorro, la tragedia, la muerte.


Según algunos, Lapü no es sólo el sueño de los durmientes, es la fuerza que deposita el alma en los wayuu que nacen y va arrancándola a los que mueren.

Por la violencia de Lapü, a veces sufren los soñadores, pero sufren más los que no sueñan, sólo les espera la enfermedad, porque quien no consigue soñar, puede decirse que está casi muerto. Otros, en cambio, son especiales, son soñadores a voluntad, interpretes de Lapü, son Outshi —hombres— u Outsu —mujeres—son chamanes, médicos tradicionales. Dicen los wayuu, que lo que Lapü ordena, conviene obedecerlo, que siempre hay que permitir que outshi u outsu oficie los actos que se hayan pedido para evitar la desgracia.




LA SERPIENTE NEGRA
Yo en esa época era el fiscal del resguardo y como era yo el que recorría haciendo el control de la tala de madera y la caza de los animales, ¿qué dijeron los cazadores? que yo era el cooperante de las fuerzas públicas; el sapo es José Julián, el que tiene conexión con las entidades del gobierno, con las corporaciones, con el DAS. Ese día yo tenía el corazón miedoso, había soñado con una culebra negra tan grande que me arrodillaba y me envolvía, y el outshi, llegó tempranito a mi casa: –soñé mal José Julián, te van a quitar la vida. Necesito un granito de oro, necesito un pedazo de tela rojo, necesito un hilo rojo, esos son los procedimientos, te voy a encerrar cinco días sin salir. Así fue, cantó sus rituales, cantó sus maracas y después (me mandó) a dormir, (porque) al dormir viene el poder para que, esos que pensaban matarme, se maten entre ellos mismos. Entonces me encerraron en una cueva, nadie me puede ver, yo no puedo comer cualquier alimento, sino una planta bien tratada. Al salir de esa cueva me tiene que hacer unos rituales, agradeciendo la bienvenida, para prevenir esos lamentos. Eso fue cuando hubo los famosos paramilitares, cuando hubo la presencia del Ejército. Todos chocando entre ellos. Hubo las FARC y los Elenos chocando, matándose entre ellos mismos. En esos días se escuchaban ladridos de perros a toda hora; uno no podía salir de noche, tiraban panfletos, no lo dejaban salir a uno, era muy feo. Hay veces perseguían hasta los médicos tradicionales para acabarlos, porque se dieron cuenta de su poder, de que son sabios. Por eso es que esos sueños, como el mío, hay que fortalecerlos, hay que cumplirlos, hay que obedecerlos. Así nosotros hemos sobrevivido esas cosas, y hemos resistido hay veces.
José Julián, wayuu del clan Uriana. Baja Guajira.


Hace unos 4000 o 5000 años, antiquísimos hombres y mujeres arawak emprendieron una épica marcha desde abajo en la cuenca amazónica. Eran cazadores y recolectores que recorrieron su camino en busca de nuevas tierras. Algunos siguieron hacia lo que hoy llamamos las Bahamas y las Antillas menores, otros se dirigieron a los Andes de los actuales Ecuador y Bolivia. Los caminantes se convirtieron en Arahuacos de Guayana, Barés, Mandahuacas, Birrivas, Guarequena, Puipaco, Kurripacos y Yariteros. Los que arribaron a la península de la Guajira se convirtieron en los pueblos Guanebucanes, Coanaos, Anates, Caquetios, Eneales, Onotos, Macuiras, Cocinas, Guajiros y Paraujanos. Los Guajiros, como les llamaron los españoles, los wayuu -“la gente” en wayunaiki, su lengua- como se hacen llamar ellos, se refugiaron en las tierras áridas de la parte norte de la península donde fundaron su universo de dioses y guerreros y lograron sobrevivir a los demás pueblos asentados en la misma tierra.


Bárbaros, ladrones cuatreros, dignos de la muerte, sin Dios, sin ley y sin Rey, eso decían, por su parte, las autoridades españolas a principio del siglo XVIII al enfrentarse a la belicosa nación wayuu que había aprendido a darle batalla al colono europeo no sólo con flechas sino disparando los fusiles desde el lomo del caballo.


Los wayuu, ya no sólo agricultores, se hicieron gente de mar cazando los animales del agua y también las perlas que tanto codiciaban los alijunas* y que los wayuu encontraban en el camino de Jepira, o lo que los colonos dieron en llamar el Cabo de La Vela, ese accidente geográfico sobre la costa de la península que, según dicen, vio Colón en su tercer viaje y que, también dicen, bautizó Américo Vespucio mientras hacía sus observaciones astronómicas, pero que en el universo wayuu siempre ha sido el camino de los muertos.

(*Alijuna: en lengua wayunaiki designa a las personas no indígenas.)


Los wayuu se hicieron pastores y el corral se volvió un elemento fundamental en las rancherías, el chivo se convirtió en el capital de la familia y la casta, la moneda de la justicia, de dotes, herencias y alianzas; el chivo se volvió el sustento para los vivos y el sacrificio ritual que Lapü pedía en los sueños a los outshi como Juan Pablo, que al igual que su madre, nació con el don, con la habilidad de soñar a voluntad, de escuchar los designios de Lapü y hablar con plantas y montañas para curar.


Los abuelos, como Juan Pablo dicen que fue Maleiwa, el gran espíritu que creó el aire, la tierra y todas las cosas que existen, quien construyó también a los primeros wayuu y los organizó en clanes. También dicen que los abuelos de los abuelos hablaban de Mma, la Madre Tierra, fecundada por Juya, el Señor de las lluvias. Los que hablan de Maleiwa dicen que con un hierro marcó cada clan para distinguirlos: los Uriana, los Ipuana, los Jusayú, los Epieyuu, Pushaina… También Maleiwa repartió los animales: ciertas aves pequeñas para un clan, la avista para otro, el zamuro, el halcón, la serpiente, el tigre; cada uno de ellos, sin herramientas porque estas son reservadas para los hombres, se unió a un clan, y se convirtió en su poder, en su tótem. Entre los wayuu están los que golpean duro en los caminos, los de la sangre hirviente, los que moran sobre las piedras, los mansos de altivez bravía, los del resuello silente, los de bravura emplumada, los que cambian su color, los de pies ligeros.



MI PERRO-TIGRE
Era de día y yo estaba paseando acompañada de un hombre, conversábamos y caminábamos por las calles de una ciudad deshabitada. En el camino encontré un pequeño perro negro de cabello ensortijado. El perro era muy amistoso, extendía sus patas delanteras y rodeaba mi cuello, lamía una y otra vez mi cara. Seguimos camino los tres. La siguiente vez que volví a ojear el animal, el perro era más grande, sus músculos se habían ensanchado, era alto, y su cuerpo ya no estaba cubierto de pelo negro, en su lugar había escamas tornasoladas. Pasé mi mano por las escamas y se desprendieron bajo mis dedos, así que, juiciosamente, me puse en la tarea de retirarlas todas. Bajo las escamas se dibujaban unas manchas negras redondas, otras alargadas, otras en forma de líneas que se bifurcaban sobre un fondo amarillo vibrante. ¡Un tigre! el perro era ahora un enorme y musculoso jaguar, un tigre “mariposo” que, igual que antes, saltaba y rodeaba mi cuello con sus enormes patas delanteras mientras su cola con anillos dibujados se dejaba caer pesadamente sobre el suelo. Por entre las ruinas de hormigón cubiertas de maleza, caminábamos los tres: el hombre, el tigre y yo.
Ana Karina, alijuna en territorio wayuu, en la Baja Guajira.

El perro negro, es la oscuridad, es la enfermedad, el espíritu del maligno, me dice José Julián traduciendo las palabras en wayunaiki de Juan Pablo. A usted quien la invitó fue el cacique, un wayuu clan Uriana que tiene el dote del tigre. Ese tigre es el cacique, que es el rey de la selva. Pero el perro es oscuro. Si hace limpieza no va a ocurrir nada, sino hace va a tener roce con las fuerzas oscuras. Es porque pasó por unos sitios sagrados, cuevas, montañas, caminos y tiene que hacer una limpieza.

Esa noche, bajo la luna, en medio de un descampado que hace las veces de patio tras la casa de Juan Pablo, desprovista de cualquier prenda de vestir, escuché el murmullo incomprensible del Juan Pablo, olí el chirrinche* siendo escupido sobre mi espalda, sentí el aliento del hombre, fuerte y caliente entre los omoplatos.

(*Chirrinche, licor artesanal elaborado con agua y panela obtenida de la caña de azúcar)


Juan Pablo, del clan de los que miran sobre las piedras, nació en las tierras desérticas de la Alta Guajira y llegó a la Baja siendo sólo un niño, que en ese entonces, hace más de siete décadas, se llamaba Paraipa Ipuana. Eso fue antes de que los alijuna cambiaran su nombre y le dieran arbitrariamente una fecha de nacimiento a él y a otros 300.000 wayuus; a cambio les entregaron un documento de identificación que convertía a la numerosa nación wayuu, en capital electoral para las fuerzas políticas. Juan Pablo -Paraipa- recuerda que en aquellos días, ya lejanos, en el resguardo sólo había siete casas y que todos allí se dedicaban a arrear los chivos en dirección al jagüey* para que bebieran, los llevaban a la sabana y luego los traían de regreso al corral. Recuerda que entonces el territorio era libre, no había cercas, ni carreteras, ni vías del tren en esas tierras que fueron suyas, de la nación wayuu y, que ahora son ajenas.

(*Jagüey: reservorio de agua lluvia usado por los wayuu para abastecerse y dar de beber a los reba- ños durante los largos veranos.)



47 RESTOS
No sólo el médico sueña, hay otros que (también) sueñan bien. Por decir yo, cuando soñé con el hijo mío, porque lo quería bastante. Mi vieja Dolores llegó en sueños. Gracias a ella es que él está vivo. El niño tenía 2 añitos. Enfermo estaba. La mamá la llevó a Valledupar, Barranquilla, Barrancas. Al último, le dijeron: bueno, llé- veselo, es una enfermedad crónica. Desnutrición crónica. Lléveselo para que se muera. Y ahí se me partió el alma. ¡Mi único hijo! Estaba cansado y derrotado, me quedé rendido a las 2 de la mañana. Yo soñé que mi abuela venía y más atrás, atrasito de ella, venía Maber. Mi abuela decía: Señor José Julián, levántate y baja a cumplir con lo que yo digo. El que afectó a tu hijo es ese señor que viene allí y él tiene que bañarlo con chirrinchi, tiene que soplarlo durante tres días. Bueno, entre dormitado me senté en el chinchorro y me levanté, me bañé, me cepillé. Llegué a las 4 en punto a donde Maber y toqué la puerta. –¿Qué pasó Julián?, me dijo –Acabo de soñar con usted. Mi abuelita me ordenó que usted es la persona indicada. –¿Quién soy yo para curar a un niño? y se puso a reír. –No sé, esa fue la orden y usted tiene que cumplirla. Lo traje (a mi casa) montadito en la cicla. Lo bañó y lo sopló por la espalda. Al tercer día el niño se levantó a comer. –Maber, decime de corazón, de confiado ¿usted sacó 47 restos? –Sí, los abuelos míos, y los tíos. Para trasladarlos a una Rosa, un Rosario (osario) donde se guardan los huesos. Resulta que el señor Maber en ese tiempo era segundo cacique, yo era el fiscal. Nosotros anadabamos juntos recorriendo todo el territorio, controlando los bienes y servicios del resguardo y un día dijimos: bueno, vamos a tomar unas cervecitas. Yo lo traje aquí (a la casa) y él niño lo vio. Y ahí fue que se agravó el muchacho, porque yo tenía contacto con el que sacó 47 restos, le puso mal de ojo.
José Julián, wayuu del clan Uriana. Baja Guajira.

La enfermedad en la península, según los wayuu, es resultado de los efectos que agentes externos tienen sobre el cuerpo (ataa) y lo que llamaríamos el alma (aa’in). En torno a la enfermedad, la outsu o el outshi se ocupa ritualmente, no de los síntomas sino de las causas de la dolencia, que es producto de flechas invisibles (kaliaa) que ocasionan que el aa’in salga y deambule lejos del enfermo, llegando incluso a abandonarle del todo. Hay otros males que suelen atacar a los infantes y son ocasionados por animales o seres humanos “contaminados” por haber asesinado, o por haber manipulado los huesos de sus antepasados en el segundo entierro, un ritual largo y complejo donde los vivos se despiden definitivamente del muerto. Si los restos de aquel wayuu muerto no son sacados ritualmente, él quedará vagando por el desierto y se convertirá en un espíritu maligno que traerá la desgracia.


LOS CHIVOS Y EL PLOMO
Yo sé más o menos conocimientos del sueño, el sueño que se convierte en realidad, porque eso me lo enseñó mi abuelo. Yo tenía un abuelo viejísimo y él me contaba todo eso. Una vez soñé, eso fue en la organización, soñé que vi un poco de chivos, pero bastantes chivos. Como estábamos en una guerra yo enseguida pensé: –seguramente va a haber plomo, bien sea con la unidad de nosotros o bien sea con otra unidad, pero puede suceder algo. Yo le contaba a la compañera mía: Sandra cualquier día de estos va a suceder algo, porque yo anoche soñé con un poco de chivos, eso significa que nosotros nos vamos a estrellar con el ejército, yo sé porque mi abuelo me enseñaba esto. Y claro, dicho y hecho, a los tres días hubo un combate con el ejército y mataron tres guerrilleros, hubo muertos en el ejército también, hubieron heridos.
Albeiro. Indígena wayuu y combatiente de las FARC-EP

Durante el viaje que el alma hace mientras el cuerpo duerme, los soñadores de la península han atisbado la muerte que Lapü anuncia. Las guerras que se avecinan, los soñadores las ven como la creciente de un río, como lenguas de fuego consumiendo una enramada, o como un hombre que en sueños da a luz, como si el suyo fuera el cuerpo de una mujer. A lo mejor Juan Pablo, su madre, la madre de su madre, y los antiguos, soñaron la llegada de los europeos; a lo mejor vieron la guerra de la perlas, vieron las misiones católicas que iban a buscar las almas de los indígenas para el dios de ellos y sus cuerpos para una joven república colombiana preocupada por vigilar sus bordes. A lo mejor, soñaron con anticipación las más terribles épocas de sequía, vieron los bosques secos desaparecer bajo el asfalto, bajo las vías férreas; vieron a los animales que antes cazaban morir bajo el enorme hueco de la mina del Cerrejón*. A lo mejor, los soñadores en la Guajira, supieron que arribarían desde las sierras los hombres y mujeres de verde oliva y botas de caucho con letras en sus insignias: FARC, ELN y EPL**, también es posible que vieran venir desde los pueblos de los alijunas a los otros: FCW, ACCU*** ; más siglas, más fusiles.


*Cerrejón, monumental mina de carbón a cielo abierto establecida en la Guajira.

*FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) ELN (Ejército de Liberación Nación) EPL (Ejército Popular de Liberación) Grupos guerrilleros que operaron u operan en el territorio.

**FCW (Frente contra insurgencia Wayuu). ACCU (Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá.) Grupos paramilitares que operaron en el territorio.




LOS SUEÑOS DEL CREADOR
Dicen que una vez Maleiwa, la deidad creadora, estaba triste por sus sueños y mandó a llamar a Lapü para que los interpretara. Le dijo que había soñado que estaba encerrado en una casa. Te quedarás ciego, dijo Lapü. Soñó que chupaba caña de azúcar; pobrecito, enfermarás de gripe o varicela. Vio un perro y un cerdo, los dos enloquecidos y él tratando de ahuyentarlos; tendrás sarampión. Extravió su ropa y su faja; tu mujer morirá, sentenció Lapü.
(Aproximación a la lectura de un fragmento de El camino de los indios muertos, que contiene las recopilaciones de mitos wayuu hechas por Michel Perrin, publicadas en 1997.)

Llueve en la Baja Guajira y las gotas que caen, son muertos antiguos que retornan a la tierra de los wayuu, son ¨yolujas¨, almas que se separaron de sus cuerpos yertos y volvieron a morir allá arriba, en el sendero que todas las almas wayuu transitan rumbo al mundo-otro: en Jepira. Los yolujas retornan también como wanalülüü, emisarios maléficos de la diosa Pulowi que atacan y ocasionan la muerte con flechas invisibles. Aquellos muertos que provocan los wanalülüü son necesarios para que más adelante, desciendan otra vez a la tierra tomando la forma de la lluvia que hace reverdecer los pastos que comerán los chivos, esos chivos que mantendrán viva una generación más de wayuus.




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Julio de 2017

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