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MAREÑOS EN EL PACÍFICO COLOMBIANO

Bahía Malaga, Colombia

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Mareños de La Barra

 

Por los caminos abiertos a machete y asentados por los pies desnudos, en la luminosa noche, los ojos sorprenden en salto desordenado a bultos redondos.  Los sapos nocturnos rebotan sobre la tierra húmeda justo antes de que se desate la lluvia. Retumban los truenos y el suelo vibra, el agua que cae se vuelve rio y se mezcla con la otra, la salada que trae la puja bajo la falda de las casas de madera.  Llueve.  Aquí, casi siempre llueve.

 

A mitad de camino entre el norte y el sur de la costa pacífica colombiana, las cifras, las leyes, las estadísticas que pululan desde afuera, desde el centro del país, e incluso más lejos, se convierten en agua, en raíces enormes que se retuercen, en caderas furiosas.   Flora, la más diversa del mundo.  Sotobosque -ese mundo vegetal que crece cerca del suelo robándole a la luz sus últimos secretos-  el más rico del mundo.  La región más rica de América en palmas.  Única en flores, única en manglares.  Enorme densidad de mamíferos no voladores.  Única, única, rica, rica, la más, de América, del mundo. Residencia temporal de ballenas yubarta que arriban desde la región más austral para copular y parir. Bahía Málaga hace parte de Buenaventura, justo en el límite entre el Valle del Cauca y el Chocó. Y aun cuando es jurisdicción del Valle, y aun cuando es territorio colombiano, se trata del llamado Chocó Biogeográfico, que implica una región que biológicamente –y no solo biológicamente- supera las fronteras artificiales de Colombia, Ecuador y Perú bordeando el Pacífico.  Este es, como le llamara Norman Myers, uno de los puntos calientes, lo que para los ambientalistas y entendidos del tema significa que esta es una de las zonas del planeta donde se encuentra una gran cantidad de especies únicas cuyo habitad natural está amenazado o con un camino andado hacia la destrucción.

 

En tierra firme la selva tropical, del otro el mar.  En medio, los mareños.

Mareños de La Barra

 

Over on the paths opened by machetes and settled by naked feet, under the luminous night the eyes uncover round shapes jumping around in a disorderly fashion. The nocturnal toads bounce on the damped soil right before the rain unleashes. Thunders resound and the soil vibrates, the falling water becomes a river and mixes with the other, salty water under the skirts of the wooden houses. It rains. Here, it is almost always raining.

 

 

Half way through, between the north and the south of the Colombian pacific coast, the numbers, laws and statistics that swarm from the outside, from the center of the country, and even further away, become water, huge twisting roots, furious hips. Flora, world’s most diverse. Undergrowth –that vegetable world growing near the soil, stealing light’s last secrets- the richest in the world. America’s richest region in palms. Unique in flowers, and unique in mangroves. Enormous density of non-flying mammals. Unique, unique, rich, rich, the richest and most unique of America, of the world. Temporary residence of humpback whales arriving from the most austral regions to mate and give birth. Malaga Bay (Bahia Malaga) makes part of Buenaventura, right in the border between the Valle del Cauca region and the Chocó region. Even though it’s under the Cauca Valley’s jurisdiction and it’s Colombian territory, the so called Biogeographic Choco, implies a region, that biologically –and not only biologically- overcomes the artificial borders of Colombia, Ecuador and Peru around the Pacific. This is, as Norman Myers would call it, one of the hotspots, which for environmentalists and people in the field means that this is one of the zones of the planet where a great quantity of unique species sees their habitat threatened or already bound for destruction.

 

On one side, firm land, the tropical jungle, on the other, the sea. In between, the mareños.

Onasis y Pinoché.  Onasis, joven y musculoso, mirada escurridiza y sonrisa dosificada. Dice que sabe,  que alguien le dijo que comparte nombre con aquel griego, el hombre más rico del mundo, dice.  Pinoché mira con dulzura con su único ojo, el que quedó después de perder el otro por el machete de un amigo, ríe y dice que es por la nariz, Pinoché, como Pinocho, por narizón, no por mentiroso.

Onasis y Pinoché, con un trasmallo y una lancha ajenas pescan en el Pacifico desde el amanecer, hasta que cae el sol.   En el abrazador paisaje, entre el verde de la selva y el gris del cielo que anuncia tormenta, cocinan arroz tapado con pescado, duermen, lanzan una y otra vez el trasmallo esperando dar con las sierras y los langostinos, de lejos miran con recelo a los “pescadores de viento y marea”, esos que vienen desde Buenaventura y pescan noche y día durante mas de una semana, se llevaran su botín, allá lejos, donde bien lo pagan.

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Natalia, oscura mestiza con orgullo de negra, tienen cinco hijos y un marido muerto en Bogotá, la Bogotá de probar suerte.  Natalia, espera que baje la marea y se mueve con soltura entre la maraña del manglar, y entre la tierra viva del estero. ¡Clac! suena el machete al estrellarse con la piangüa, ese molusco arenoso de concha oscura.  Ya sin temer al pejesapo, que pica, mete los brazos hasta el codo, hasta el hombro, el barro hasta las rodillas, bordeando la falda.  Las uñas se parten, el frio se mete desde los pies a través del caucho de las botas.  Cada docena a $1.200.  Natalia, tras cinco horas, cuando empieza  a subir la marea, lava sus casi 5 docenas de piangüa.

 

 

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