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REVUELTA POPULAR EN CHILE

IV: Ojos y cruces

Santiago de Chile, Chile

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Eran cientos los que caminaban. También nosotros subíamos a paso firme y, como decenas de aquellos, íbamos cámara-en-mano. Pasamos Los Héroes, pasamos La Moneda. En el visor de mi cámara una boca desencajada por un grito furioso, foto. Allá, en medio de un grupo que cantaba a todo pulmón “el derecho de vivir en paz” una niña con los ojos apretados y las lágrimas escurriendo por su mejilla, foto. Frente a una motocicleta envuelta en llamas un hombre sonriente pasa pedaleando su bicicleta, foto. Una mujer con un delantal ceñido a la cintura sostiene, como ramos de flores, banderas mapuche en una mano, banderas chilenas en la otra, a sus pies hay bandanas de colores, foto.

Al fondo, un par de calles arriba, se levantaba una columna blanca de gas lacrimógeno, apuramos el paso. Andábamos con nuestros pertrechos fotográficos, una pañoleta tapando boca y nariz, frágiles lentes de natación y unos llamativos y maltrechos cascos de equitación.

Cada dos o tres pasos: foto, foto, foto.

Sonaban disparos, estallidos de bombas lacrimógenas, cantos y gritos. Avanzamos y nos ubicamos con el parque en la espalda, nos parapetamos tras un árbol grueso como la pata de un gran animal que alcanzaba a resguardarnos a cuatro o cinco personas, y tras nosotros otros se enfilan para también quedar cobijados por el tronco. 

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paramedicos

Entre la gente y el gas fueron dejándose ver las cruces improvisadas. Y aunque también se veía a la Cruz Roja, a los Bomberos y a paramédicos del SAMU, allí, donde se disparaba y usaban piedras como proyectiles, quienes estaban no pertenecían a ninguna institución y lo único que a veces los protegía, además de uno escudos hechizos, eran las cruces dibujadas allí donde pudieran verse desde lejos. 

Eran sobre todo jóvenes, algunos caminaban entre la gente con botellas con bicarbonato de sodio disuelto en agua para ayudar a los manifestantes a recuperarse de las lacrimógenas. Unos solitarios se movían entre los manifestantes auxiliando a quién podían, otros empezaron a organizarse en pequeños grupos o “piquetes” para ser más eficientes y estar más protegidos en un país donde, de repente, se hizo regular decirle a todos, incluso a desconocidos: “por favor, cuídate”

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